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SULCAMA EN DEFENSA DEL ESTATISMO

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Posición Oficial de SULCAMA, Sindicato Único de Ladrones, Carteristas y Asaltantes a Mano Armada

“Redistribuir la riqueza”, ¡ese es también nuestro lema, el más bello ideal de la Humanidad, noble y elevado! Redistribuir la riqueza es precisamente lo que nosotros hacemos, de día y de noche (preferiblemente de noche.)

1000 % de acuerdo. Es cierto que los malos gobiernos, de manera bastante inconsecuente con esa meta y propósito redistributivo y de “justicia social”, nos prohíben a nosotros robar, y así redistribuir la riqueza por nuestra propia cuenta y riesgo (riesgo, sobre todo, que afrontamos, sin miedo); pero no lo hacen porque odien nuestra competencia. Entre los estatistas y nosotros no hay competencia, ni puede haberla, porque nuestro afán común de “redistribuir la riqueza” nos identifica a todos, y nos une en una misma causa a estatistas y ladrones corrientes; y cada quien con sus métodos distintivos, su estrategia propia y su enfoque, ¡para todos hay lugar en esta Viña del Señor!

De hecho, la mayor parte de la gente, que no es como nosotros, trabaja el año entero de sol a sol y pese a todo, para hacer ganancias y crear suficiente riqueza; y “suficiente” quiere decir suficiente para los estatistas y para nosotros. Alcanza para todos, ¿de acuerdo? No, no hay competencia: los estatistas redistribuyen mediante impuestos y pagos de transferencia – sin olvidar la inflación – y nosotros preferimos una vía más directa y rápida, menos disimulada pero más efectiva. Sin embargo, respetamos la manera en que ellos lo hacen, sus procedimientos y sus puntos de vista.

Como también respetamos al gremio de los estafadores y cuenteros, con sus propios métodos. Ellos escogen una vía media, alejada de los extremos, y situada entre la política y la democracia de un lado, armas favoritas del estatismo, y de otro lado la pistola o el arrebatón, nuestras modalidades preferidas. Es su elección. Los tahúres emplean sus naipes marcados; eso también es válido, no hay que dogmatizar.

La filosofía básica es la misma, que todos compartimos; y eso es lo que realmente cuenta.

La gente no lo imagina, pero los atracadores también tenemos opiniones políticas. Nos preocupa el destino del país en que vivimos y realizamos nuestras faenas, puesto que ellas – como todas las actividades humanas – se desarrollan en un medio ambiente social, legal y cultural que puede serles favorable o desfavorable; y las nuestras requieren un contexto estatista; ¡y cuanto más, mejor!

Si alguna duda cabe, sólo basta ver las estadísticas de criminalidad. Nuestra labor progresa al mismo paso y ritmo que crece el estatismo. Y podemos explicar por qué razones, que son los fundamentos en los cuales basamos nuestra toma de posición ideológica, clara, firme, inequívoca y decidida.

Pero, ¿por qué entonces los gobiernos nos prohíben robar? Primero, sabemos que esa regla no es general, pues admite muchas excepciones. Los estatistas de todos los partidos roban todos los días a la gente enormes cantidades de dinero, para un gigantesco botín colectivo, que llaman “Tesoro Fiscal”.

Y ese mega-robo no se castiga. Sólo penalizan aquello que llaman “corrupción”: cuando uno de ellos mete la mano adelantada, sin cumplir ciertas formalidades. Y aún en tales casos, encierran sólo a quien se deja pillar: por no haber sabido tomar sus precauciones, los “denunciantes” le quitan de en medio, en provecho exclusivo de sus carreras políticas; pero si no es así, no pasa nada. Y en cuanto a nosotros, sabemos que la prohibición de robar no se cumple si somos previsores, y guardamos el dinero para comprar policías, jueces y fiscales.

Pero aunque retórica y declarativa, la prohibición de robar sigue inscrita en los anticuados Códigos Penales. ¿Por qué? Es por una razón meramente histórica; en realidad es un atavismo, un mero resabio de estadios anteriores y muy primitivos de la evolución humana – tiempos del “Estado gendarme nocturno” – cuando se creía que la función y razón de ser del Gobierno era la protección de las vidas y propiedades de los ciudadanos contra nosotros.

Hoy casi nadie piensa semejante barbaridad – sólo los “liberales clásicos”, incorregibles, esos reaccionarios retrógrados – y es señal de que la sociedad ha madurado; pero no lo suficiente todavía para sincerarnos y borrar ese tabú ancestral de “no robar”, propio de la Biblia, como otros que aún subsisten, en forma un tanto hipócrita. No obstante, en materia legal se observan muchos progresos hoy en día, adelantos inimaginables años atrás. Los cambios legislativos reflejan el andar moral de la sociedad. Hay cosas que antes eran ensalzadas, como las ganancias empresariales, que hoy son mal vistas, y muchas veces castigadas. Hoy se enaltecen y premian ciertas prácticas como las sindicales, antes tenidas como extorsivas, inmorales e ilegales; y las actividades terroristas son disculpadas. En muchos países progresistas hasta se permite el aborto, y el homicidio de ancianos y desvalidos a título de “suicidio asistido” o eutanasia. Dicho por mencionar sólo unos pocos ejemplos, a fin de no perder nosotros las esperanzas en un mañana mejor.

Pero lo relevante, la médula del asunto, la razón más importante para declararnos sin reservas a favor del estatismo, es que lleva a la gente a exigirle al Estado el perentorio cumplimiento de una serie muy extensa de demandas, de diverso género, pero ya no que asegure las vidas y los bienes. Así, tanto la gente como los funcionarios públicos se olvidan de nosotros. Y de esta manera podemos vivir (y convivir) todos, civilizadamente.

El estatismo demanda en primer lugar “redistribuir la riqueza”; y esa es nuestra divisa. Y en vez de vernos a nosotros como criminales, el estatismo mira como perversos y desalmados delincuentes a los comerciantes, empresarios e inversionistas, sospechosos de ser ricos. Eso está bien. Les acusa de explotar a los trabajadores, de evadir impuestos, de contaminar el ambiente, de “especular” subiendo y remarcando los precios para salvarse de la inflación, de “acaparar” inventarios, etc. etc. A ellos les observa, les chequea y les persigue; les envía policías, fiscales, inspectores y vigilantes. Las empresas y la gente se cuidan más del Estado que de nosotros. ¡Eso está muy bien!

Pero además el estatismo le hace creer a la gente que los Gobiernos han de ocuparse de todo, lo humano y lo divino, desde el clima hasta la crianza de los niños, pasando por el trabajo y las fábricas, las fincas y haciendas, los transportes y vehículos, la economía en general, las escuelas y hospitales, las jubilaciones y pensiones y hasta las iglesias. Así hay un Ministerio, Departamento u oficina pública para cada cosa: un Ministerio para que las gallinas pongan los huevos, y otro para que los toros monten a las vacas y las vacas alumbren terneros. Este multiforme gigantismo tiene consecuencias muy positivas para nosotros:

Por empezar, todas las innumerables dependencias estatales cuentan con enormes partidas presupuestarias, de las cuales medran montones de vivos, acomodados y vagos, sin olvidar los “corruptos”. Además de una vida regalada, disfrutan de un inmenso poder; y así el Estado obeso y lleno de tetas, se hace también un grande e interminable festival de coimas, extorsiones y “aprietes” a ciertas empresas o agentes privados por un lado (los más débiles), y por otro lado inagotable fuente de connivencias, arreglos turbios y colusiones con otros agentes privados (los menos débiles).

Y en ambas series de casos, las cifras son multi-billonarias, magnitudes astronómicas de muchos ceros, que hacen lucir a nuestras actividades, y nuestras ganancias e ingresos, muy módicos en comparación, algo así como “pecados menores”. Toda la atención de la gente se concentra allí, en eso que aparece como la encarnación del Mal; no en nosotros ni en nuestros quehaceres. Incluso se dice: “comparados con los corruptos, que son quienes deberían ir a la cárcel, los chorros callejeros son unos pobrecitos infelices”; y hasta se nos llega a justificar, con el argumento de que somos “producto de esta sociedad”. ¡Eso está demasiado bien!

Por si fuera poco: con toda esa amplia lista sin fin de prioridades para el Estado y los Gobiernos de turno, la Policía y los jueces siempre quedan de últimos, con suelditos miserables, sin balas ni chalecos las comisarías, sin escritorios ni sillas los Juzgados. ¡Eso ya está perfecto, casi insuperable!

Reconocemos la invaluable ayuda de la prensa, que pone a los periodistas en las funciones que antes, por inveterados prejuicios, se atribuían a policías y jueces: investigar, instruir sumarios, deliberar, decidir, y condenar o absolver a los acusados. Eso es bueno porque obviamente la prensa no está preparada para cumplirlas eficazmente, ni era ese el propósito para el cual se inventó.

En general el estatismo consiste precisamente en subvertir el orden establecido, y trastocar los fines y funciones de todas y cada una de las instituciones sociales, comenzando por el Estado, pero siguiendo por las empresas, la prensa, los partidos, las familias, etc.; lo que revoluciona, altera y cambia, son las funciones que atávicos prejuicios les asignaban. Ahora las vemos de manera opuesta a lo que era tradicional; y eso da aliento de esperanza a nuestro más acariciado sueño: que algún día nuestra profesión sea por fin reivindicada, acreditada, y justamente dignificada.

Pero vamos en esa dirección. El estatismo le dice a la gente que no prospera porque carece de suficiente “educación”, y exige al Estado “educación, primera prioridad”. Lo de “enseñar a pescar”. Y efectivamente el Estado enseña, desde Preescolar hasta la Universidad. ¿Pero qué enseña?

Pues no enseña esas obsoletas doctrinas liberales clásicas: que la riqueza se produce, y que las ganancias y todos los ingresos de los factores de la producción se justifican moralmente, por los servicios prestados en la creación de valor. ¡No! Lo que enseña es que “las ganancias son excesivas”, que “la riqueza está muy concentrada”, y que todos esos bienes y pertenencias “deben redistribuirse”, porque hay “extrema desigualdad”; o sea ¡nuestro Credo! Y enseña que el Estado debe ocuparse de todos los problemas y asuntos habidos y por haber, ¡excepto de nosotros!

¿Qué más se puede pedir?

¡Viva el estatismo!

¡Muera el atrasado, engañoso, dañino y perverso liberalismo clásico!

(Estruendosos aplausos, atronadores vivas, y algunos disparos al aire en señal de conformidad.)

Aprobado por unanimidad, sin discusión ni abstenciones. Fechado, firmado y sellado en formal, estatutaria y solemne Asamblea General de SULCAMA, Sindicato Único de Ladrones, Carteristas y Asaltantes a Mano Armada.

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