Según Cepal, 30 millones de latinoamericanos viven fuera de su país de origen. Fue una salida: el aeropuerto (o la frontera), y el envío de remesas familiares. Calculando 3 o 4 familiares por cada migrante, y sumando 70 millones, resultan 100 millones en total. O sea: casi 1 de cada 6 compatriotas viven del trabajo migrante. Y en cada país, la suma de las remesas entrantes se trepa desde un 10 % hasta casi un 40 % de su PBI; esto es más que la inversión extranjera, y que la “ayuda” externa.
Y ahora, las políticas “anticoronavirus”, socavan las economías de todos los países, exportadores e importadores de seres humanos; y crean desempleo masivo generalizado, con impresionante caída de las remesas. Es hora de buscar “otra salida”. ¿Cuál? Las Cinco Reformas; la alternativa a la migración. Reformas estructurales de fondo, privatizadoras, liberalizadoras y desreguladoras en el gobierno, la economía, la educación, la atención médica y las jubilaciones y pensiones. Es la otra salida.
Revisando cifras y datos, aparecen los mismos problemas afectando a todos nuestros países, sin más diferencias que en magnitudes y proporciones; no es cierto ese mito de que “mi país es especial y no se parece a los demás”. Hay una verdad irónica: “el patio de mi casa se moja cuando llueve, igual que los demás”. O sea: Mi país no es tan especial y se parece a los demás: se destruye cuando avanza el socialismo, igual que los demás. Por eso tanta gente huye de nuestros países, de todos.
Es una cuestión de poder. ¿Quién tiene el poder? Las izquierdas, que desde hace al menos 100 años han convertido en leyes todas sus nefastas ideas estatistas y socialistas, expuestas en el Manifiesto Comunista de 1848; eso es “marxismo clásico”, basado en la vieja tesis de la “lucha de clases”, aunque se asocian casi siempre con voraces intereses corporativos mercantilistas y monopolistas. Pero desde sus puestos de comando en el poder, en control de la economía y la educación, minorías activistas hoy pretenden imponernos otras ideas análogas, de la “izquierda cultural”, como la ideología de género, el ecologismo salvaje, el racismo antiblanco y el relativismo posmodernista, igualmente destructivas.
Y hay poderes internacionales, todos manejados por las izquierdas, a los cuales se someten los poderes nacionales. Hablo de la Internacional Socialista Comité Latinoamericano, del Foro de Sao Paulo, ahora Grupo de Puebla, de la Conferencia Permanente de Partidos Políticos de América Latina (COPPAL), y de la reciente Internacional Progresista, creada por Bernie Sanders y su esposa.
Los “nuevos marxismos” no son nuevos en realidad. El matrimonio y la familia son instituciones muy estrechamente ligadas al capitalismo; esa es una realidad innegable, y por eso Marx, Engels y Lenin querían su abolición, juntamente con el destierro de la religión. No hay discontinuidad ni ruptura en el marxismo; vea las obras de Marx anteriores a “El Capital”, el librito de Engels “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, y la trayectoria de la Revolución rusa antes de Stalin. Y lo peor es que las “nuevas” ideas no reemplazan a las anteriores, como parece, sino que se suman, y se potencian mutuamente. No llueve sobre seco sino sobre mojado; por eso se inundan todos los patios.
El colmo de los males es que nosotros, la sociedad civil, estamos inermes, “desempoderados” de funciones, libertades y recursos, que nos fueron “estatizados” hace mucho tiempo atrás. Ese es el panorama; el diagnóstico. Pero insisto: la cuestión es de poder. "Yo amo la libertad, no el poder", dice el millennial "libertario" apolítico o antipolítico, cuando hablamos de construir partidos, para quitar el poder a las izquierdas. Lo siento, es pura retórica vacía. Porque si la amara de verdad, querría tenerla consigo, o sea ganarla; y eso pasa por la vía política, indefectiblemente.
Pero el poder, ¿es solamente el poder “público”? ¿Ese que tienen todas las autoridades estatales, en los “tres poderes” del estado nacional, municipios etc.? No. Porque están asimismo las autoridades no estatales, a cargo de instituciones y entidades privadas: las familias y empresas, escuelas y clínicas particulares, iglesias, clubes vecinales, deportivos, gremios y asociaciones profesionales, y un largo etcétera, de toda esa amplia y muy variada gama que se llama “sociedad civil”.
No son poderes públicos sino privados; aunque se hallan “desempoderados”, porque Su Majestad Imperial “El Estado” ha ido “estatizando” funciones, poderes y recursos, poco a poco. Y desde las esferas de la economía y la educación, hasta las de jubilaciones y pensiones, pasando por la “salud pública” y otro largo etcétera, incluyendo los deportes, las comunicaciones, y las artes. Así nos ha ido quitando nuestras funciones naturales, y sus espacios. Y so pretexto de cumplirlas, poco a poco nos ha quitado libertades (poderes), y recursos (impuestos, inflaciones, y confiscaciones diversas). Aplicaron el “gradualismo”, la técnica para hervir las ranas en el caldero de la cocina.
¿Es demasiado tarde? Hay quien dice que sí; que ya pasaron las oportunidades. Pero la verdad es que siempre las hay, porque las oportunidades se producen. Hay quien dice que no, que "¡Este país todavía tiene que tocar fondo para cambiar!" Pero lo cierto es que los países no son como piscinas o bañeras, no tienen "fondo": siempre pueden estar peor. No hay "fondo"; lo que hay son "límites", y barreras de tolerancia, que cada cual decide. Llegados a “tus” límites (o “nuestros”), hay gente presta para actuar, ...o no la hay, y el desastre empeora, por la ley de la entropía social. Y no es sólo “hacer algo”, porque puede hacerse “algo” que no es lo idóneo o eficaz, que no es correcto, o no sirve, o hacerse algo mal, o a medias. Actuar o no actuar eficazmente; esa es la cuestión, cuando se cruzan límites.
“¡Hay que hacer algo!” no es suficiente. Hay que hacer lo que es apropiado, idóneo, eficaz y eficiente. Y hacerlo nosotros. Y no “mañana”, sino comenzando ya mismo. En mi país natal, Argentina, parece que se llegó a límites intolerables, porque al fin se habla de un tema serio: los derechos de nulificación y secesión de las provincias o estados federales. (Un libro que los abogados argentinos deberían leer: Nullification and Secession in Modern Constitutional Thought, editado por Sanford Levinson.)
La política es indispensable para las Cinco Reformas, pero la embestida del marxismo cultural es demasiado fuerte como para detenerla sólo con medios políticos. Digo que el "poder privado" puede vencer: los actores privados, pero en la plenitud de nuestras funciones, libertades y recursos, para lo cual se requieren las reformas, desde el "poder público". Los cristianos tenemos principios, reglas de conducta, valores y convicciones tan buenas, que no necesitan de la coerción o de la fuerza pública para imponerse, como sí lo requieren en cambio las ideas contrarias. Por eso, queremos presentes la Biblia y las oraciones en nuestras escuelas privadas, pero no en enseñanza estatal alguna. De allí que la privatización de la educación, con las consiguientes libertades de aprender y enseñar, corolario de la libertad de cultos, es preferible a la imposición de una agenda religiosa en escuelas “públicas”.
A futuro, después de realizadas las Cinco Reformas, y ejerciendo nuestro poder privado a plenitud, una vez que nos ha sido devuelto, nosotros la gente podremos hacer muchas y muy buenas “reformas particulares”, en nuestros entornos inmediatos: son aquellas que tú quieres hacer desde hace tiempo en tu hogar, escuela, empresa, iglesia, vecindario, etc., aquellas con las que sueñas, pero que ahora el estatismo actual, con sus impuestos leoninos y leyes malas, no te permite concretar felizmente. Hoy no puedes a veces ni hacer un arreglo en “tu” casa, porque la Municipalidad te lo impide. Ni hablar de “tu” empresa, o de aquella en la que trabajas, si consigues empleo. O de la escuela de “tus” hijos.
Hay quien dice “primero hay que cambiar la cultura”. Es muy discutible, porque la cultura ambiente se cambia con los estímulos o incentivos establecidos en las leyes. Pero en el Movimiento Cinco Reformas lo estamos haciendo, porque los actores políticos también somos agentes del cambio cultural; vea: los marxistas nos han hecho todos sus cambios culturales desde sus partidos, sea clandestinos o legales, visibles o con disimulo, por sus “organizaciones de fachada” (Lenin), tipo las “ONG”. Y como el cambio cultural empieza por casa, nos estamos cambiando a nosotros mismos, para así empezar con buen pie.
La cultura no se cambia sólo con libros, artículos, charlas, videos o memes; sino con actitudes. Por ejemplo: ya no más decir “Hay que hacer esto”, o “lo otro”. Nosotros cambiamos el “hay que hacer” por el “voy a hacer”; es parte de la “Cultura 5 R”. Así vamos reduciendo la distancia hasta nuestras metas, que medimos en “apoyos”, e inversamente: a más apoyos, menos falta para llegar.
San Juan del Río, México, 1 de julio de 2020
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