Contra lo que se cree comúnmente, no es lo mismo inflación de precios que inflación de dinero: la primera es un efecto o resultado de la segunda, causa de la primera. O sea: la emisión excesiva de billetes, resulta en un alza generalizada en los precios (en dinero) de todos los bienes y servicios. Y el alza general de los precios daña o perjudica más a los pobres que al resto de la población.
Pero hay que ver las razones; y de eso trata este escrito. Hay emisión de moneda en exceso porque los Gobiernos tienen demasiados gastos. Y a través de los Bancos Centrales, también tienen el monopolio de la emisión legal del dinero, y pueden financiarse emitiendo billetes, que son “de puro papel”, es decir: no respaldados ni garantizados por oro o plata, como era antes. Por eso no hay límite alguno al empleo de la máquina de imprimir billetes.
Por lo tanto, una excelente vía para reducir la pobreza es evitar la inflación, y a este fin la vía más efectiva es un retorno al Patrón Oro para la moneda, idea muy plausible en Bolivia, país minero, y además con larga tradición y rica historia de país minero. Y también con larga tradición de monedas “febles” y de “quiebras monetarias”; por lo cual debería haber cierto aprendizaje social. Pero vamos más despacio.
¿Qué es la inflación?
La inflación es algo que le pasa a la moneda, no a los bienes ni a las personas. Es un fenómeno estricta y puramente monetario; es el resultado de tener demasiados billetes en circulación, un número astronómico, disponibles para que comprar un número limitado de bienes y servicios. Y ocurre porque la producción de billetes puede ser aumentada a discreción y de inmediato, no así la de bienes y servicios.
La economía es como como una gran subasta pública, y los billetes y monedas son como los vales o “tickets” para retirar las mercancías de los almacenes; y si a todos se nos dan p. ej. 100 unidades más para gastar, entonces pues todos vamos a pujar por los artículos existentes, con base en la mayor cantidad disponible de billetes.
Los mercados interconectados constituyen un vasto sistema de comunicaciones, en el cual los precios son las “señales” que se transmiten. Cuando el Banco Central imprime billetes y comienzan a circular, el precio de todos los artículos en los mercados va a aumentar en cierta proporción relativa a la cantidad de nuevo dinero emitido; y los incrementos serán “comunicados”, y eso desde adelante (la demanda) hacia atrás (la oferta), a lo largo de todas las cadenas productivas en los diferentes rubros.
La inflación perjudica principalmente a los pobres
Con la inflación todos los precios suben, es cierto, pero no todos al mismo ritmo. Los aumentos se hacen sentir con más rapidez e intensidad en ciertos precios, y otros en cambio quedan más “rezagados”. Los rubros más afectados y más sensibles son siempre los mismos en todos los países: alimentos, vivienda y transporte, quizá educación también; pero en el consumo de los pobres, ¡son los mayores gastos diarios!
Es verdad, los pobres son los sectores más “vulnerables”: sus ingresos son fijos, y la inflación les obliga a gastar más dinero en las cosas más elementales y básicas, que más necesitan para sobrevivir.
Los ricos son diferentes. Sus ingresos no son fijos; ellos tienen formas de aumentar sus honorarios, sus ganancias, los precios de los artículos que venden o ayudan a vender. Y ellos no se ven obligados a gastar casi todos sus ingresos en la compra diaria para subsistir: alimentos, vivienda, transporte y educación, ropa y calzado, etc. son componentes menores en su programa de consumo. Por otra parte, los ricos son dueños de grandes negocios, inmuebles, acciones y bonos, y otros activos que van a subir de precio con la inflación, aunque algo más tarde. A ellos no les importa la demora, ¡los ricos pueden esperar! Su poder de compra no disminuye tanto como el de los pobres. También pueden comprar “valores de refugio”: yates, avionetas, joyas y cuadros. ¡Y a crédito!
Para protegerse de la inflación los ricos se endeudan a largo plazo; pues cuando les toca pagar, lo hacen con dinero degradado, de menor valor. Y es que uno de los peores y más corrosivos efectos de la inflación, que por eso Goethe decía que es invento del Diablo, es la erosión en valores morales; el deudor siempre sale premiado con la inflación, y el acreedor sale perjudicado. Los pobres son buenos pagadores se dice, y es cierto; pero no pueden endeudarse a largo plazo; nadie en su sano juicio presta dinero a los pobres, salvo a muy corto plazo! En fin, que la inflación crea pobreza; y ensancha la brecha entre los ricos y pobres.
A la inflación la miden mal
Otro hecho observable en todos los países: los Gobiernos se aprovechan de la diferencia entre rubros sensibles y “rezagados” para “maquillar” los Índices de Precios, los que la prensa dice que son indicadores de la inflación. ¿Cómo hacen? Inventan una “cesta” de bienes y servicios, y la “llenan” con los productos más rezagados, o en su caso, a esos rubros les asignan menos peso en el cuadro de ponderadores. El truco es viejo; el actuario Darrell Huff lo describe en un libro famoso, “Como mentir con estadísticas”, cuya primera edición es de 1954, y lideró por mucho tiempo las listas de mayores ventas en EE.UU.
Así los Gobiernos tratan de disfrazar las inflaciones de precios, que son un puro producto de las inflaciones de dinero que hace el Banco Central. Pero si engañoso es el modo como intentan disfrazar la inflación de precios, más engañoso es el modo como intentan remediarla.
Si malas son las mediciones, peores son las “soluciones”
Tres son siempre las medidas que los Gobiernos toman para abordar la inflación, y las tres fallan por la misma razón: no la atacan en su causa, impresión de billetes sino en sus efectos, o apenas en sus síntomas.
(1) Decretar salarios mínimos por ley es lo primero que hacen, afirmando que los salarios se rezagan frente a los precios de los bienes y servicios de consumo. Lo cual es cierto, pero las leyes salariales pueden ser cumplidas sólo por los empleadores más eficientes económicamente, con menores costos y mayor productividad, los que pueden contratar y mantener en sus nóminas a los mejores trabajadores, a los cuales aumentarían sus salarios de todos modos, aun cuando la ley no lo exigiese.
En cambio, para los empleadores por debajo de esa condición, la ley salarial es un incentivo para el despido y/o la no contratación. Por esto las leyes salariales generan o aumentan el desempleo, sobre todo en los casos de trabajadores menos calificados y con menos experiencia, como los jóvenes en busca de su primer empleo. Y por esta vía el desempleo es causa de reducciones en la oferta global; con lo cual la inflación se agrava, y también la pobreza.
(2) Decretar controles de precios por ley es lo siguiente que hacen, o hacían, pues ya la mayoría de los políticos, hoy en día, y tras innumerables experiencias desgraciadas, aprendió al menos esta lección: que los precios fijos legales sólo generan escaseces artificiales y “mercados negros”.
(3) Por eso el “remedio” más corriente ahora es este: más y mayores impuestos. Así los Gobiernos “recogen” con una mano los billetes que imprimieron con la otra. ¿Consecuencias para la gente? Se empobrece, sobre todo quienes ya son pobres, y la clase media, sin escapatorias para los impuestos. Los ricos tienen muchas formas de eludir la carga tributaria, y una muy usada es trasladarla hacia abajo.
Eso de “impuestos para los ricos” es una falacia demagógica: un impuesto p. ej. a la compra de yates no va a hacer que un rico se quede sin su nave, ni se la va a encarecer, simplemente le carga unos centavos más a las botellas de refresco o lo que sea que vende, y ya está.
Patrón Oro para el dinero: único límite a la inflación
Hasta los años ’30, en casi todos los países del mundo, los billetes de papel eran emitidos por bancos privados, con “respaldo” en oro. El sistema pasó por varias etapas. Primero hubo (1) una tasa de cambio fija y definida por cada banco, entre sus billetes y el oro depositado en sus bóvedas, y era plena y sin restricción alguna la “conversión” de billetes a metal y viceversa, en las taquillas de cada banco. Y (2) una tasa de cambio flotante y definida por el mercado, entre los distintos billetes de los diferentes bancos, más o menos como es hoy con las monedas de los distintos países, en especial en las fronteras. Los bancos se cuidaban de mantener los valores de sus billetes en términos de poder de compra, en su propio interés. Esto fue durante el siglo XIX.
Después hubo una segunda etapa, con una tasa de cambio entre papel y metal, que era fija y definida por ley para todos los bancos; pero los bancos no podían emitir dinero por encima de sus reservas de metal en sus bóvedas, según la relación establecida por ley. Esta garantía se hacía efectiva con la “convertibilidad”, y tenía la virtud de poner un límite objetivo a la impresión de dinero de papel, y por tanto a la inflación de precios. Cualquier persona podía cambiar los billetes por oro o viceversa en el banco. No había inflación, porque las masas o cantidades de billetes de papel eran constantes, sin bruscas variaciones, como fue después. Los pobres podían aspirar a salir de la pobreza con trabajo duro, y con cierta frugalidad en la vida, acompañada de decisiones económicas prudentes.
Pero en una tercera etapa, hacia los años ’30, los bancos emisores fueron reemplazados por un Banco Central, con el monopolio de emisión. Y la convertibilidad fue sometida a límites y restricciones, hasta hacerla ilusoria o puramente “teórica”; con lo cual el respaldo se esfumó, y la garantía legal desapareció poco después. Así fue que el dinero de papel de imprenta se hizo “puramente fiduciario”, lo que quiere decir “no respaldado en reservas”, y basado nada más que en la “confianza”. ¿Confianza en qué? En que el ente emisor, o sea el Banco Central, va a ser prudente en la emisión de moneda. Es una promesa: de mantener constante la masa o base monetaria (Msub0), sin sumarle más billetes.
Es la única garantía contra la inflación: una promesa de moderación y frugalidad. La cual en el fondo descansa en una promesa no pactada, ni siquiera formulada, de moderación o auto-contención de los Gobiernos en sus gastos. ¿Quién asegura que estas promesas se hagan efectivas y cómo? Nadie. Cosa distinta a una promesa de convertibilidad, la cual se podía hacer efectiva en las taquillas del banco.
Lo que se llama “quiebra” de una moneda es el clímax de un proceso de devaluación o degradación de su poder de compra, ya sea rebajando su contenido noble si es dinero metálico, ya sea expandiendo la masa emitida si es dinero de puro papel. Es lo que de un modo u otro se conoce como “hiperinflación”, y lleva al rechazo del dinero, fenómeno que en Europa Central se observó en los años ’20, y en Bolivia varias veces en el siglo XIX respecto de las monedas “febles”.
Monedas de Potosí
El historiador Julio Benavides, en su libro “La Historia de la Moneda de Bolivia”, indica que las primeras piezas monetarias fueron acuñadas en 1545 en Potosí, en la primera Casa de la Moneda del Alto Perú. Se usaba un horno de fundición y un taller de acuñación a puro martillo. Acuñadas las monedas a golpes, eran por eso llamadas “macuquinas” (en quechua: golpeadas), de 2 y 4 reales.
Pero se dio una falsificación de monedas, en 1648. El jefe de la Ceca (así se llama una Casa de Emisión), el señor Francisco De La Rocha, conspiró con sus ensayadores para adicionar a cada pieza de plata de 9.7 % de pureza, según la ley, una mayor cantidad de cobre, reduciendo la pureza a un 8 % nada más. Una vez descubiertos, y por esa mínima diferencia, a De La Rocha y a sus ensayadores se les aplicó la misma pena que mucho después decretaría la Ley de Acuñación (Mint Act) de 1792 en EE.UU., y que fuera vista por mucho tiempo como modelo en su género: fueron ahorcados.
Y tras ese episodio, las monedas potosinas eran tan buenas que circulaban en los demás países. Se decidió mejorar la calidad de las piezas: se cambió el diseño y se aumentó el porcentaje de plata; y en el año 1769 comenzó a acuñarse las monedas columnarias, con la imagen de las columnas de Hércules en el anverso, y en el centro un globo terráqueo sobre las olas del mar, que aún guardan algunos coleccionistas.
La inflación es apenas la primera fase del ciclo económico
Con la desaparición del Patrón Oro los Gobierno salieron muy favorecidos; desde entonces pagan a sus proveedores, contratistas y empleados con el papel que imprimen, y ellos son los que lo reciben de primera mano, así que pueden comprar bienes y servicios a cómodos precios “viejos”. En la economía inflacionaria, no todos los precios suben el mismo día o al mismo ritmo, sino que la onda expansiva tarda cierto tiempo en generalizarse; es como en esas “pirámides” populares donde ganan los primeros en entrar y pierden los últimos que llegan.
En el perverso juego de la inflación, los más pobres, es decir los jubilados, los obreros y empleados del sector privado, reciben el dinero cuando ya ha dado algunas vueltas, y por eso cuando van al mercado se enteran que los precios han subido, con lo cual reciben menos por cada billete o moneda.
El dinero se convierte en un activo en depreciación constante; es decir, peligroso, tóxico. Trabajar con dinero se hace como trabajar con frutas y verduras, mercancías clasificadas como “perecederas”. Por lo tanto, los bancos, que trabajan con ese activo, se verían muy perjudicados por la inflación de dinero, de no ser porque los Gobiernos les han concedido una especia de “licencia” para participar también en este turbio negocio de aumentar generosamente la cantidad de medios de pago en circulación.
¿Cómo? Con las leyes de “encaje legal”, que autorizan a los bancos a mantener “en caja” sólo una parte o fracción mínima de sus reservas de dinero como reservas líquidas, y el resto puede usar libremente para hacer inversiones o préstamos. ¿Qué sucede? Que a la inflación de dinero se le añade la inflación de préstamos, la fiesta del “dinero barato”: las líneas de créditos que se abren al público y a las empresas con puros asientos contables y entrega de chequeras, sin respaldo en ahorros del público. Hay así una descoordinación entre las decisiones de invertir por un lado y por otro las decisiones de ahorrar, que equivalen a decisiones de no consumir.
Lo que ha ocurrido es que en ese vasto sistema de comunicaciones que son los mercados, se envían un par de señales que son contradictorias: a los empresarios, la señal de invertir, pero el público no ha enviado señal alguna de tener ningún deseo de dejar de consumir para ahorrar una fracción de sus ingresos.
Por eso se encuentra por la calle tantas edificaciones a medio construir; negocios que hoy se inauguran y a poco tiempo se cierran; empleados y obreros que se contratan para ser despedidos a los pocos meses; y préstamos que no se pagan; y maquinarias que se compran o alquilan y después dejan de usarse antes de lo previsto. Y más en general, cadenas de pago que se cortan bruscamente, e infinidad de contratos, p. ej. de alquiler, que se incumplen o rescinden antes de término, porque no pueden cumplirse.
Es la “recesión” económica; la segunda parte de un ciclo económico cuya primera fase es la de un “auge” artificial de medios de pago: dinero y crédito. En la primera se toman decisiones de inversión que no debieron tomarse; en la segunda se trata de salvar lo que se pueda, con altísimos costos.
Huerta de Soto: “Reserva 100%, fin de la banca central y vuelta al patrón oro”
El profesor español Jesús Huerta de Soto, de la Universidad Rey Juan Carlos, ofrece una solución a los problemas de la crisis, inflación, desempleo y pobreza: acabar con los ciclos económicos de auge artificial impulsado por los Gobiernos y posterior corrección dolorosa aunque necesaria realizada por los mercados.
Y es que, según Huerta, los problemas financieros y económicos de hoy en día resultan de un error en la Ley bancaria inglesa (Ley Peel) de 1844, reiterado después en todo el mundo y nunca corregido. La Ley exigía un coeficiente de caja del 100% en oro a los bancos privados, pero tan sólo en el papel moneda.
Esto era el “patrón oro” para el billete de papel, muy sano y necesario. Pero la ley se olvidó de aplicar el mismo requisito a los depósitos bancarios, trágico olvido que ha posibilitado el sistema de reserva nada más que fraccionaria: los bancos sólo tienen que guardar como reservas una mínima fracción del dinero que los clientes mantienen como depósitos, y el resto lo dedican a préstamos empresariales u otros.
La solución para evitar todos estos procesos cíclicos recurrentes, que desde hace décadas afectan a la economía, es una profunda y radical liberalización de los mercados, especialmente el laboral, con drástica reducción del gasto público y los impuestos. Y tres medidas adicionales: (1) Dar fin al sistema de reserva fraccionaria, y cambiarnos un sistema con todos los depósitos a la vista y equivalentes mantenidos como reservas, sin posibilidad de prestar contra ellos. (2) Eliminar los bancos centrales como prestamistas de última instancia, por el riesgo moral que implica. (3) Restaurar el clásico Patrón Oro.
En Inglaterra hay una propuesta de dos diputados conservadores, Steve Baker y Douglas Carswell, hace poco presentada al Parlamento británico. Hasta Mervyn King, Gobernador del Banco de Inglaterra hasta el año pasado, vio con buenos ojos esta medida.
Muchos bancos centrales, comenzando por el de China, han comenzado a acumular oro en sus bóvedas, en previsión de un cambio de este tipo. Y no sólo eso: en China el Banco Central asimismo alienta a todos los agentes privados a tomar posiciones en metálico; y estos siguen el consejo. Y junto con China, y también previendo un retorno al Patrón Oro, Rusia y algunos de sus países satélites fundaron en el año 1996 una competencia para el sistema de Bretton Woods (FMI-Banco Mundial): la Organización de Cooperación de Shanghái, OCS en español. Siempre publica informes sobre la depreciación constante del dólar, hoy usado mayormente como patrón y moneda de cambio en el comercio internacional.
En Bolivia, país con mucha influencia de las posiciones antiimperialistas y antinorteamericanas típicas de la izquierda, podría a lo menos plantear la discusión sobre la pregunta que se hacen los socios de la OCS: ¿qué es mejor para el mundo: seguir con el actual Patrón Dólar, o cambiarse al Patrón Oro?
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Cochabamba, Septiembre de 2014
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