La salida pasa por el poder, para hacer todas las reformas: públicas y privadas
Lo siento, pero vamos mal en América Latina. El caso de Chile es sintomático: las derechas van por el “rechazo” a la nueva Constitución impulsada por las izquierdas, que como siempre, tomaron la delantera.
Las derechas tuvieron la valentía de tomar la iniciativa con los militares, e hicieron un nuevo Chile; así privatizaron, desregularon, ubicaron al estado en su lugar, y abrieron los mercados a la competencia. Pero después, sólo han “reaccionado”, tratando nada más de atajar los sucesivos pelotazos de las izquierdas, a la defensiva eterna. Con semejante “plan de juego” siempre se pierde, tarde o temprano.
En Argentina, Macri no hizo ni una sola reforma liberal, y la izquierda peronista y “montonera” regresó al gobierno. En Brasil, el filósofo Olavo de Carvalho fue quizá el arquitecto en jefe de la experiencia de Jair Bolsonaro, que incluyó una exitosa campaña electoral de los liberales unidos a los católicos y evangélicos, a los militares, y a los empresarios que no temen a la competencia. Sin embargo, la unidad se rompió apenas se hicieron gobierno, por la disparidad de intereses menores, y la carencia de un programa de transición hacia el capitalismo, completo y bien blindado, del tipo de nuestro Proyecto Las Cinco Reformas: “La Gran Devolución”. Ahora Olavo rompió con el presidente, porque a su parecer no hubo bastante fuerza dura de su Gobierno contra el comunismo. Con todo respeto le decimos: “profesor, a las izquierdas no se gana con violencia, sino con la inteligencia.” Y con información, para salir del laberinto en el que estamos perdidos, repleto de torpezas, dando vueltas en un círculo vicioso de confusiones, de tumbo en tumbo, regresando siempre al mismo punto: estancamiento. Por falta de criterio, de sabiduría, coraje, cultura política de la buena, creatividad, e información de calidad.
En Chile y Bolivia las izquierdas más radicales ya han desatado una violencia extrema; en los otros están listas para hacerlo, y pronto. En 2021 nos llega a la región la tercera década del siglo, y las izquierdas se aprestan para tres objetivos estratégicos: A) conservar los gobiernos que ya tienen, como en Venezuela, Nicaragua, Argentina y México, y por supuesto Cuba; B) recuperarlos en los países donde los perdieron en la década pasada, a manos de las derechas malas; y C) en otros casos, como en Ecuador y El Salvador, casi no existe derecha, por eso las izquierdas se alistan para sustituirse unas por otras; ¡el colmo! Y los medios no importan, para ellas: ¡todo vale! Su meta siempre es el poder, y por el poder mismo, sin miramientos: adquirirlo, conservarlo, reforzarlo y ampliarlo, o recuperarlo, a fin de destruir empresas y familias.
Lo siento, pero Donald Trump no nos va a salvar. Según su asesor Mauricio Claver-Carone, en entrevista a Reuters el pasado 29 de julio, parece alentar a empresarios de su país para que muden sus empresas de Asia a América Latina. ¿Pero quién va a mudarse aquí? Es el capitalismo quien se ha mudado al continente asiático, del Atlántico al Pacifico, donde las empresas son bien recibidas; no como en esta América latina, que expulsa a los empresarios y capitales, locales y foráneos, para migrar a otras tierras. Con esta clase de retórica insensata, Trump quiere ganar votos hispanos para su reelección, y tal vez los consiga, pero las mentiras son inmorales, y efímeras. Lo peor de la politiquería, lo más riesgoso, y más irresponsable, es llevarla al plano internacional, manipulando temas de política exterior con fines electoreros, como Trump y Bolton hicieron con Venezuela, creando la esperanza falsa de la “invasión militar” que sólo existió en su imparable verborrea de bravuconadas. Al fin Trump traicionó a Bolton; mas no cambió.
I
Pero en nuestra región, lamentablemente, las personas promedio no tienen idea de lo que pasó ni de lo que pasa. Se puede ver en las redes sociales: muestrario de disímiles opiniones, cada cual más desinformada y desorientada que la otra. Vivimos en el laberinto de la politiquería, que nos impide hacer las reformas más que necesarias. La politiquería es algo como el café descafeinado, la leche deslactosada o la cerveza sin alcohol: política sin ideas políticas, al menos explícitas, reducida a la triste y patética lucha por el poder, por medio de ataques meramente personales casi todos.
La "histeria anticorrupción", y las "polarizaciones" o dicotomías falsas y artificiales, seguidas de los lemas para "votar el mal menor", son sólo algunas de las trampas paralizantes que nos tienden (como esa de “hoy ya no hay izquierda ni derecha, son cosas del pasado”), para evitar las grandes reformas estructurales y de fondo: privatizar, desregular, poner al estado en su lugar, y abrir los mercados a la competencia.
La izquierda y la derecha son realidades permanentes, como la “ley del péndulo” que se desplaza de un lado a otro, por turnos. Vea cómo ha sido nuestra línea de tiempo: 1) hasta mediados de los ’80 tuvimos gobiernos socialistas y comunistas, incluso militares de izquierdas; 2) después los “neoliberales”, con sus “reformitas” muy tímidas, parciales y mal hechas; 3) luego, las izquierdas retornaron con su “Socialismo del siglo XXI”, y muy repotenciada con el marxismo cultural, que no implica ruptura sino continuidad con el marxismo clásico; 4) entre 2010 y 2020 el turno se volvió a la derecha otra vez, pero de nuevo se dejó pasar la oportunidad. Y por eso, 5) las izquierdas se aprestan para el retorno del péndulo; porque sí saben aprovechar las oportunidades. Y si no hay reformas, no hay riqueza ni bienestar; lo que hay es pobreza y resentimiento, que son su caldo de cultivo. Y así la gente de la sociedad civil, que debería poder combatir con sus propios medios y por su cuenta la terrible ofensiva en todos los frentes del marxismo cultural, en defensa de sus familias, empresas y educación, no puede hoy hacerlo, porque sus funciones, libertades y recursos están secuestrados por un estado gigantesco, carísimo y todopoderoso.
Las izquierdas nos dominan con cuatro enormes suprapartidos internacionales; a saber: 1) la Internacional Socialista, Comité Latinoamericano, que agrupa a los socialistas “blandos”; 2) el Foro de Sao Paulo, ahora devenido en “Grupo de Puebla”, que reúne a los “duros”, 3) COPPPAL, Conferencia Permanente de Partidos Políticos de América Latina, en el rol de bisagra o intermediario entre unos y otros; 4) la más reciente: la Internacional "Progresista", fundada por Bernie Sanders y su esposa, de alcance mundial. Nunca andan aisladas; se agavillan en diversas confederaciones supranacionales de sus partidos, según sus distintos tonos y matices. Vea Ud. sus Websites, con planes y dispositivos continentales; ellas no se limitan a ver, pensar o actuar “dentro de la caja” de cada país. Entre otras razones, esa capacidad explica su control y hegemonía, al grado que hasta se dan el lujo de competir entre ellas mismas, porque no tienen un rival de tamaño, habilidad y fuerza equivalente como para hacerles contrapeso.
En estos días, las arbitrarias e irracionales medidas destructivas tomadas por los gobiernos con el pretexto del Covid 19, han servido para agravar las políticas disolventes de la economía privada y de la familia. Es un experimento, como nunca visto antes, de adoctrinamiento y control social masivo, a escala mundial; y en ese sentido, al menos en nuestra región, las autoridades supuestamente “de derecha” han sido cómplices, auxiliares y colaboradoras de las izquierdas. En especial de la izquierda imperialista y global del “Nuevo Orden Mundial”, la que imponen las Agencias de las Naciones Unidas, “unidas” a las todopoderosas “ONGs”. De esta izquierda dependen las demás, algunas sin saberlo.
II
Las “derechas convencionales” no sirven siquiera de contrapeso; y eso porque nunca toman la iniciativa. Desde hace unos 100 años más o menos, las izquierdas son siempre las que lanzan sus calamidades, y así ponen los temas en la Agenda; a saber: reforma agraria, leyes laborales, banco central, estatizaciones, regulaciones, ¡más poder y más impuestos para los gobiernos! Y sin retroceder un ápice en aquellas sus “conquistas” del siglo pasado, en este siglo decretan aborto, políticas ambientalistas y “de género”, etc.
¿Y las derechas? Son incapaces de “ver fuera de la caja” estrecha de sus países respectivos; y se limitan nada más a “reaccionar”. Aunque siempre hay excepciones, sus figuras principales son “reaccionarias” por lo general, de dos clases: “politiqueros” e “influencers”. Vea Ud. a unos y otros:
A) Los politiqueros, autodenominados “de centro”, tienen vocación de poder, pero no de reformas: no saben, no quieren, o no pueden hacerlas, o una combinación de los tres factores. Acostumbran a firmar toda clase de pactos con socialistas y comunistas; pero no tienen conceptos, ideas o programas propios de derecha, y por eso adoptan los de las izquierdas. Terminan reciclados en socialdemócratas, y los acuerdos se tornan en su contra. Ejemplos: en Colombia, Uribe y sus dos sucesores, Santos y Duque, que él mismo designó; en Perú, Kuczynski; en Argentina, Macri; en Chile, Piñera; en Bolivia, Añez. Y similares. Mucho me temo, en Uruguay, Lacalle va por la misma calle, la calle de la “derecha mala”.
Tienen un solo “argumento”; y es: “vota útil, vota por nosotros, somos el mal menor, los otros son mucho peores”. Pero el “mal menor” no hace las cosas bien; y por eso las izquierdas regresan, tarde o temprano.
Aunque no todo el mundo cae en esta trampa. Las cifras muestran un crecimiento de la abstención electoral, y asimismo de las personas que rehúsan inscribirse para votar. O que no se abstienen, pero eligen votar en blanco, nulo o “viciado”, depende de si hay o no sanciones o represalias por abstenerse, y otras particularidades en cada legislación nacional. Por otro lado, el sistema pone cada vez más difícil el reconocimiento legal para partidos nuevos y emergentes como los nuestros: obstáculos para mantener su monopolio. Por eso abundan los “partidos desechables” y “de alquiler”. Ante estas realidades, en muchos comicios decidimos acompañar esta sana tendencia espontánea del abstencionismo y otras alentadoras expresiones de “voto antisistema”, porque es una opción democrática, ética, y eficaz, ya que envía un claro y potente “mensaje” al sistema y a sus candidatos, de izquierda o de la derecha mala.
B) Los “influencers” ameritan más análisis, porque encandilan a los jóvenes. Son las divas y divos de Youtube y redes sociales. Con excepciones destacables y muy meritorias, pero pocas, se dividen en dos sectores, muy duramente enfrentados entre sí:
1) El de los autodenominados “libertarios”, que dicen tener vocación de reformas liberales, pero no de poder. Viven llenos de contradicciones. Se declaran “amantes de la libertad”, y alegan que “no les interesa dirigir la vida de los demás”; por eso casi todos ellos son “antipolíticos”, y en consecuencia partidofóbicos, y no pocos se declaran enemigos de la democracia. Pero olvidan que las izquierdas son liberticidas porque sí quieren dirigirnos la vida a los demás, en todos sus aspectos, todo el tiempo; y es urgente restaurar esas libertades. “La libertad” que declaman es irrecuperable sin reformas muy profundas, que implican derogar las leyes malas; y eso pasa por la inevitable política, con partidos y costos políticos, y con los recursos políticos propios de la democracia representativa.
Sermonean contra el socialismo, porque dicen “primero es la batalla cultural; después será la política”; y olvidan que los principales agentes de cambios culturales masivos no son los intelectuales académicos sino los partidos, sus líderes y referentes, como ha sido con las izquierdas siempre: ellas, desde sus partidos, visibles o disimulados, nos han impuesto “sus” cambios culturales, desde hace 100 años.
Hacen ruido con temas legítimos pero muy escandalosos, y a veces inoportunos, como la libre inmigración; o fuera de foco, como el libre porte de armas, que no es para todo el mundo, (¿o acaso todos tenemos que andar con pistolas?) y no es sustituto de las reformas. Muchos de ellos son fervientes partidarios de un absurdo “anarcocapitalismo”, una gruesa contradicción entre dos términos que son antagónicos; otros son marxistas culturales (“progres de mercado”), que han aprendido algo de economía de la Escuela austríaca (aunque no mucho), y allí se estancaron, peleando todo el tiempo contra los “conservadores”.
En cambio, nosotros, liberales clásicos y conservadores, tenemos vocación de reformas; y por eso, de poder también, para derogar las leyes malas, y hacer todas las reformas; o sea: las cinco de políticas públicas, y las otras, de “políticas privadas”, tal como se explica al final de este artículo.
2) ¿Y los conservadores? Son los del otro sector: cristianos mayormente, y con pocas excepciones, otra vez hay que decirlo, no saben lo que quieren; sólo saben lo que no quieren: aborto e ideología de género. Y viven en contradicciones también: se dicen “provida y profamilia”, pero aprueban los férreos controles estatistas en la economía, educación, atención médica, jubilaciones, etc., sin entender que las leyes y las políticas malas en estas esferas, inspiradas en el marxismo clásico, también son enemigas de la vida, el matrimonio y la familia. Que esas esferas son por naturaleza privadas, y deben ser separadas de los estados o gobiernos, mediante reformas muy de fondo, cambiando el entero sistema vigente.
En nuestra América no hubo reforma protestante (todavía). Salvo las honrosas excepciones, hay dos tipos de cristianos: los que no leen la Biblia; y los que la leen, pero la entienden mal. Unos, los católicos; otros los evangélicos.
Los primeros se confunden casi todos con una “doctrina social de la Iglesia” que es típicamente centrista: “socialismo no, capitalismo tampoco”; y por esa puerta abierta entró la Teología de izquierda, mal llamada “de la Liberación”. Se han olvidado de su vieja y gloriosa “Democracia Cristiana”, misma que salvó a Europa occidental del comunismo, al término de la Segunda Guerra Mundial.
De los evangélicos, la gran mayoría se opone a la actividad política; otros apoyan partidos de izquierda; y otros forman partidos evangélicos de derecha mala, buscando un presidente evangélico, y una educación evangélica en las escuelas “públicas”, decretada por la fuerza del César, estilo Trump y Bolsonaro. Y nada más. Salvo las excepciones, desconocen una herencia de la Reforma: su ética del trabajo y de la empresa privada, impulsora del “espíritu del capitalismo”, según Max Weber, al término de las Guerras de Religión.
Para colmo, muchos pastores evangélicos reemprenden las viejas guerras religiosas contra los católicos; y muchos curas católicos “tradicionalistas” responden de igual modo. No pocos evangélicos también libran fieras guerras interdenominacionales entre sí; hurgan y desempolvan antiguas querellas sectarias, hace muchos siglos olvidadas, que sólo se hallan en los libros de Teología o Historia del Cristianismo, y nos las traen a las redes sociales, enfrentados unos con otros.
III
En este ambiente de tantas confusiones, encrespado y tormentoso, hemos visto y pensado “fuera de la caja” estrecha de cada país; por eso es continental. Somos un David frente a cuatro gigantescos Goliaths de las izquierdas. David escogió cinco piedras; nosotros, cinco reformas; a saber:
1) Reforma política, que ponga al estado en su lugar, a cargo sólo de sus funciones propias: seguridad, justicia e infraestructura, que hoy brillan por su ausencia o perversión. Y financiadas con solamente un impuesto único, uniforme y universal. Con federalismo y autonomía municipal. Y que devuelva el control de los partidos a manos de sus afiliados, no de la politiquería burocrática de las oficinas electorales.
2) Reforma económica, que devuelva el poder de compra al dinero del consumidor y ahorrista, mediante el patrón oro, y acabe con la banca de “reserva fraccionaria”, evitando así los males de la inflación de dinero y crédito. Por supuesto privatizando, desregulando y abriendo mercados, para crear riqueza y empleo, con más y mejores oportunidades para todos.
Tres reformas sociales, en 3) educación, 4) atención médica, y 5) jubilaciones y pensiones. Las entidades hoy propiedad estatal serán privatizadas, a manos principalmente de sus docentes, su personal de salud, y sus profesionales, y van a competir con las que hoy son privadas, pero en mercados libres de regulaciones inútiles, estorbosas y costosas. Con tres respectivas series de bonos para los sectores populares ahora más necesitados, transitorias, hasta que salgan de la pobreza con las dos primeras reformas. Como se ve, las cinco son estrechamente complementarias, y por eso inseparables; no es como una lista de cafetería. Deben ser simultáneas, en paralelo; el “gradualismo” ha sido y es un pretexto para no reformar.
Hasta aquí la “obra gruesa”, válida para todos nuestros países, cuyos detalles se explican en nuestros documentos oficiales, más allá de ciertos “copiones” y malos imitadores que tenemos. La “obra fina” va a depender de las particularidades nacionales, obviamente.
Nos dicen: “¡Pero eso es a muy largo plazo! ¿Cuándo va a suceder?” Depende: si tú y la gente como tú nos apoyan, más pronto que tarde. De otro modo: nunca va a suceder.
Nosotros, la derecha no convencional, ya salimos del laberinto, la “Matrix”, a Dios gracias. En el Foro Liberal de América Latina, tenemos “Hoja de Ruta”, muy completa, con pasos claramente establecidos, uno tras uno. No improvisados sino diseñados, con años de pacientes estudios y análisis de experiencias históricas o presentes, en diversas partes del mundo. En el Centro de Liberalismo Clásico, con apoyo del Instituto de Libre Empresa, y más recientemente, en la Academia Cristiana de Ciencias Políticas.
Aprendemos también sobre el proyecto liberal de la Constitución de 1812, y el pensamiento doctrinario de los representantes americanos en Cádiz, de los cuales somos dignos herederos. Y ya hemos comenzado a continuar su labor. Formal y oficialmente arrancamos en el Hotel “Londres” de Santiago de Chile, febrero de 2016, convocados por Rodrigo Mora, primer presidente de nuestro Foro. Veníamos de países donde “los liberales somos 4 gatos, y encima nos peleamos”. Pero 8 países estábamos representados; y nos dijimos “Basta de pelear. Y juntémonos todos los liberales prácticos, y seamos 64 gatos”, a lo menos. El sentido del humor (con el sentido común y el sentido práctico) no puede faltarnos; de otro modo la cosa es para amargarse o desanimarse. Algunos años después, y tras otras tres ediciones del Foro (en Perú, 2017; en Guatemala, 2018; y en Paraguay, 2019), somos más de 8 los países, y nosotros muchos más de 64, pese a los que desertaron en el camino, desalentados ante las enormes dificultades y obstáculos.
Hacemos fuerte crítica a los profesores imprácticos y antipolíticos de la Sociedad Mont Pelerin y sus “tanques de pensamiento” de Atlas Network. Seríamos políticos pensantes, intelectuales y candidatos a la vez; oposición antes que gobierno, como fue el joven David y su partido (I Samuel 22), que antes de ser el rey fue el opositor al mal sistema de gobierno de Saúl. Y sin subestimar al adversario, ni insultarlo, más bien y hasta dónde se pueda, respetarlo para hacernos respetar. Aprendemos no sólo economía (y no sólo con Escuela Austríaca, sino también con otras enriquecedoras corrientes pro-mercado); también Ciencias Políticas, incluso de maestros no liberales como Giovanni Sartori. Y algo de filosofía, obviamente.
Aprendemos “transitología”: la rama interdisciplinaria de las Ciencias Sociales, que estudia el paso del socialismo al capitalismo; es decir: el “camino a la servidumbre” de Hayek, pero recorrido de reversa: el “camino desde la servidumbre” a la libertad. Y estudiamos con los grandes; aprendemos las lecciones del Dr. Ron Paul de EE.UU.; del Dr. Vaclav Klaus, ex presidente de la República Checa; y de los ex primeros ministros como Roger Douglas y Ruth Richardson, de Nueva Zelandia, Tony Abbott de Australia, entre otros. Mucho aprendemos de sus éxitos, pero también de sus fracasos.
Aprendemos hasta de realidades que lucen disímiles a las nuestras; pero sólo por “relatos” sesgados que nos impiden conocerlas bien. Por ejemplo, del “Apartheid” sudafricano, y lo que vino después. Eso no fue un capitalismo, sino un “mixto” de mercantilismo para los blancos y socialismo para los negros, con sus leyes separadas. Una “sociedad de dos pisos”, tal como las de nuestros países, con un “piso de arriba” para los que tienen nexos políticos, y un “piso de abajo” para los que no los tienen. Después en Sudáfrica llegó Mandela como presidente (1994-99), con un comunismo tipo Chávez, resistido hasta por muchos de sus camaradas; luego el péndulo pasó a la derecha con Mbeki (1999-2008); después otro giro a la izquierda con Zuma (2009-18); y el presidente actual es mediocre y ambiguo. ¡Igual por aquí!
IV
Y esto es lo que hacemos:
1) Aprendemos que nuestros países son básicamente iguales en los problemas y sus causas; por eso los remedios son los mismos. “Salimos de la caja”: nuestro proyecto es continental, no para uno u otro de nuestros países, el de cada cual, sino para toda la región. Somos, o pretendemos ser, una internacional de partidos, compartiendo experiencias y recursos, para apoyarnos mutuamente, como hacen las izquierdas.
2) Dejamos de pelear los evangélicos, entre nosotros y con los católicos. Nuestro proyecto es político, no es religioso; sin sectarismos. Y sin ocultar nuestras diferencias, nos llevamos muy bien porque todos nos ocupamos en el avance y extensión del “Reino de Dios” en la tierra, y de “su justicia” (Mateo 6:33), en nuestros países y nuestra región, y no sólo de nuestras iglesias y denominaciones respectivas.
3) Somos a la vez liberales y conservadores (“fusionistas”); y muchos de los nuestros son liberales no creyentes, de tipo ateo y tipo agnóstico. Pero todos creemos en la ley natural (Romanos 2:14); y también nos llevamos muy bien. Pero no con los “libertarios” de tipo anarquista, y de tipo anticristiano belicoso. Con todo respeto, esas ideas son parte, e importante, del problema, no de la solución.
4) Reivindicamos la política porque somos políticos, decentes: no mentimos, no robamos, ni mandamos a matar a nadie. También somos de derecha, porque nuestros valores son el orden, la justicia y la libertad, en un marco de amor a la verdad. Al contrario de las izquierdas, cuyos “frutos” son todo lo contrario: el desorden, la injusticia y la opresión, en un marco de mentiras. Y sí, somos liberales clásicos, porque nos apoyamos en sus tres pilares: gobiernos limitados, mercados libres y propiedad privada.
5) Abrazamos la democracia representativa, poniendo de lado el “directismo”: esa loca fantasía de la democracia directa, que afecta a nuestra clase media: todo quiere resolverlo con “la calle”, las marchas callejeras y manifestaciones de protesta, “tomemos la Avenida Tal o la plaza Cual”, convocadas en redes sociales. Pero desde la Revolución Francesa, eso es típico de las izquierdas; y para nosotros no nos sirve, demostradamente, porque las izquierdas pueden retroceder uno o dos pasos, de momento, pero sólo para avanzar luego tres o cuatro, cuando al día siguiente se asienta la polvareda de las marchas y plantones. En eso no imitamos a las izquierdas. Practicamos lo que ha sido siempre propio de la derecha: la democracia representativa, el parlamento y las demás instituciones republicanas, entre ellas los partidos políticos completos, que son ideológicos, programáticos, representativos y electorales.
6) Evitamos la queja, el lamento y la política meramente defensiva, típica de la derecha convencional, sea en versión politiqueros o sea en versión “influencers”; esa de atajar pelotazos. ¿De qué han valido tantos años de quejas, llantos y lamentaciones por los males existentes, y los negros augurios de otros peores y más espeluznantes a futuro? Ya conocemos los males, no nos desgastamos en la “denuncia”, y avanzamos con los remedios en la mano. Pasamos así a “jugar adelante” el juego de la política, no el de la politiquería; y no atrás, a la pura defensiva y en retaguardia, sino tomando la iniciativa, en la vanguardia.
7) Armamos primero partidos políticos, bien estructurados; su reconocimiento legal, vendrá luego, en tanto hayamos crecido y ganado capacidad de presionar con habilidad. En ciertos países ya los tenemos: “Familia” en Guatemala; “Devolución” en Perú; “Creemos” en Venezuela; “Partido Fusionista” en Chile. Y en los demás casos los estamos construyendo, con la ayuda mutua. Cada semana tenemos reuniones en aula virtual: cerradas los lunes de “laboratorio”, para nosotros, de tipo operativo; abiertas los miércoles de “conservatorio”, con nuestros invitados, de tipo “difusión y divulgación”.
8) Introducimos la “cultura 5 R”: las preguntas son muy buenas; pero las respuestas son mejores. Y ya sabemos de los problemas, los padecemos todos a diario; queremos presentar ahora las soluciones. Y a esas soluciones ¿qué puedes aportar tú? Ya no digamos “hay que hacer esto, o lo otro”; mejor: “voy a hacer esto, o lo otro, ¿quién puede ayudarme?”
9) Salimos del engaño de la derecha mala, que se nos presenta como barrera de defensa contra “el mal mayor”; pero es un muro que nos impide a nosotros estamos enfrentarnos directamente a las izquierdas cara a cara. Queremos tener poder, sí, buscamos ser congresistas, a nivel nacional, para poner en el foco de la atención pública en dos temas: la derogación de las leyes malas, y los tratados supranacionales que las respaldan; y las cinco reformas a nivel de políticas públicas, que no se pueden hacer porque las leyes malas las impiden, desalojando a las leyes buenas, más antiguas, que quedan relegadas. Por eso, tratamos en lo posible de no enredarnos en la politiquería subalterna de nivel local.
10) Conclusión: somos una derecha diferente, proactiva y afirmativa, no meramente reactiva. Porque aprendemos con encuestas que el grueso del pueblo se cansa de los “antis”. Nos dicen: “Uds. no quieren socialismo ni estatismo, o no quieren aborto legal ni ‘matrimonio igualitario’; pero ¿qué quieren? ¿Cuáles son sus propuestas? ¿Qué harían si fueran gobierno o tuvieran poder? Dame respuestas, y en lo posible soluciones a nuestros problemas cotidianos, muy angustiantes: criminalidad, desempleo, el dinero que no alcanza, servicios públicos que son deficientes o inexistentes (estatales), o inalcanzables (privados). Así es imposible cumplir nuestros sueños, inclusive hasta los más modestos y menos ambiciosos.”
Enfrentados directamente contra las izquierdas, cara a cara, seríamos agentes de cambio cultural y político. Contrincantes innovadores, mucho más eficaces que las derechas reaccionarias, con una oferta capaz de conectar con los sueños, emociones y sentimientos de la gran mayoría silenciosa: las reformas particulares, a nivel de las políticas privadas, que podría hacer cada persona, familia, empresa, iglesia o sociedad voluntaria. Con las primeras, nosotros vamos contra el marxismo clásico; y con las segundas, las personas, en sus funciones privadas, y con libertades y recursos en sus propias manos, van a ir contra el marxismo cultural. Primero: poder para nosotros; y luego: poder para la gente.
Esta pregunta hacemos siempre, preferentemente a la clase popular, porque la clase media está mentalmente “trancada”. Preguntamos:
“¿Cuál es tu sueño? ¿Un negocio? ¿Un buen empleo? ¿Trabajar por tu cuenta? ¿Estudiar una carrera? ¿Independizarte de tus padres, casarte y formar una familia?” Las personas, de distintas condiciones y características particulares, cada cual nos cuenta su sueño. Y le explicamos esto: por ahora no puedes cumplirlo, porque lo impiden la peligrosidad de los criminales, los impuestos excesivos que te empobrecen, las regulaciones y oficinas estatales reguladoras establecidas por las leyes malas, la falta de garantías en tribunales, y de obras de infraestructura y servicios públicos. No puedes. (Y por eso mismo, uno de los sueños más mencionados es “emigrar”; pero ya la gente sabe que tampoco es fácil).
Para concretar tu sueño, se requieren Cinco Reformas. Pero para hacerlas, se requiere primero derogar las leyes malas; a su vez, para ello se requieren suficientes congresistas, capaces para hacerlo, y también para “devolver” a tu país su soberanía nacional, hoy muy disminuida, saliendo de los tratados y las agencias supranacionales que imponen todas las leyes malas. ¿Ves por qué tienes que apoyar a nuestro partido y sus candidatos? Los demás te prometen “darte” muchas cosas gratis; nosotros no. Prometemos “devolverte” lo que es tuyo: funciones, libertades y recursos. ¡Para que tú mismo hagas realidad tu sueño!
Ya sabes: si tú y mucha gente como tú nos apoyan, será más pronto que tarde. De otro modo: nunca.
San Juan del Río, 19 de agosto de 2020
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