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REFLEXIONES PARA LA BURGUESÍA
Alberto Mansueti, 1 de Junio de 2013
De la “clase media” son todos esos universitarios que quieren ser empleados públicos. “Burguesía” en cambio es el empresariado informal, que quiere salir de pobre primeramente, y tal vez luego hacerse rico, ¿por qué no? A través de la actividad comercial.
Gracias a la labor desinformativa de autores populares en Latinoamérica como Mr. Gene Sharp, los tips de la ideología “democrática y progresista”, pese a todas sus contradicciones, han calado muy hondo en nuestra clase media, al punto que ni los “libertarios” se salvan.
Uno de esos tips o clichés es que “no hay diferencias entre dictaduras de derechas e izquierdas”, como insiste el novelista Vargas Llosa por ejemplo. Se repite que “todas las dictaduras son iguales, malas y contrarias a los DDHH”, y que “todos los extremos son malos”, y rematando que “los conceptos de izquierdas y derechas son obsoletos”.
Pues nada más lejos de la verdad.
Hasta fines del siglo pasado, mucha gente podía permanecer al margen de la política, dedicada a otros asuntos y menesteres. Pero desde entonces la izquierda, trasmutada en “Socialismo del siglo XXI”, ha sumado el marxismo cultural al marxismo económico, y ha tomado por completo las riendas del poder en muchos de nuestros países. Y las dolorosas consecuencias golpean sin misericordia a todo el mundo, aún a los “apolíticos”, que se ven forzados a forjarse opiniones sobre la marcha, para tratar de entender. Pero no están debidamente preparados e informados. ¡Y caen en los clichés!
Estos clichés son contradictorios. El odio a “todas las dictaduras” se une a la antipolítica, que es el odio a “todos los políticos”, y a la partidofobia, que es el odio a todos los partidos, …y a veces también es el odio a la democracia, como declaran muchos “libertarios”. Pero, ¿cómo se puede estar en contra de la democracia y a la vez en contra de las dictaduras? ¿O a favor de la democracia pero en contra de los partidos, que son sus instrumentos naturales? Lo segundo es como estar a favor de la economía pero contra las empresas privadas, una de las incoherencias, no obstante, favoritas de los socialistas.
La inconsistente clase media también se ha vuelto furiosa “contra todas las ideologías”, y se niega a oír sobre capitalismo; dice que es “una mera teoría, igual al socialismo”, y se resiste a ver que la única vía de salida para el horror socialista comienza por desacreditar el socialismo y reivindicar el sistema opuesto, el capitalismo liberal. Así fue en la ex URSS y los países de Europa del Este en 1989.
Todas estas incoherencias son muy bien aprovechadas por el Socialismo del Siglo XXI, difundiendo por ej. que “esto no es socialismo; es ladronismo y nada más”, cuento con el cual se encubre y protege al socialismo como “un alto ideal”. Pero la clase media se traga completo el engaño, sin ver que no todo ladrón es socialista, pero todo socialista es ladrón, o si no lo es, al menos es un desinformado, víctima de los socialistas practicantes, que son los socialistas de turno en el poder. Y por supuesto sin ver que no todo político es un ladrón, porque no todo político es estatista. Igualmente se protege al socialismo cuando se le llama “fascismo”, asociándole a la derecha, sin ver que el fascismo y el nazismo son formas de socialismo, y por ende de izquierda.
La opinión de la clase media, muy segura de sí misma pero totalmente desinformada en su paso por las aulas universitarias, tiende a predominar en la prensa. La “burguesía” carece de autoconciencia, y tal vez algo acomplejada, prefiere no opinar, o callar sus intuiciones. Sin embargo nuestra América saldrá de este embrollo ideológico, y por tanto de la pobreza y el subdesarrollo, cuando nuestra burguesía se “concientice” como tal, se informe, se aclare, y asuma su papel.
Este ensayo es para despejar algunas fatales confusiones, aclarando de paso el punto de vista del liberalismo clásico sobre democracia, dictaduras y temas conexos. Sin la menor duda el liberalismo clásico no se inclina por la dictadura sino por la democracia, si bien limitada: en una democracia liberal no hay lugar para una tiranía de la mayoría, que avasalle los auténticos derechos humanos naturales: a la vida, libertad y propiedad, en pro de “rediseños” de las instituciones sociales privadas con carácter irreversible. El problema es que esa democracia liberal nunca tuvimos en América latina; aquí hemos tenido y tenemos democracias anti-liberales, estatistas y predatorias, diseñados para robar. Y los estatistas siempre han robado y roban demasiado, en todos nuestros países. Pero además de robar, mienten, y mucho. Para cubrirse, producen la “desinformación”, que es la mentir ya no sobre los detalles de los robos, sino sobre el entero sistema predatorio, al que pintan como “democracia”.
Pese al sentimiento negativo contra la política, los partidos y la democracia, la única vía para salir de las garras del mortal Socialismo 21 es una fuerza política o partido de signo liberal, impulsado por una burguesía, y en el cuadro de una democracia. No hay otra. Porque si bien las autocracias de izquierda, por muchas razones que vamos a examinar son harto peores que las de derechas, las segundas ya no son de este siglo; si en el pasado las dictaduras derechistas derrotaron a las guerrillas marxistas en el frente militar, fueron sin embargo incapaces de combatir al marxismo en el frente ideológico: por eso los ex guerrilleros son hoy gobiernos. Y ahora sería mucho mayor su incapacidad e impotencia.
Y por aquí pasamos a la primera de las grandes diferencias entre las “dictaduras” de derechas y las otras.
I. Dictadura y tiranía
1.- Por empezar, las de izquierda no son dictaduras sino tiranías. Según el Derecho Político inspirado en la República romana, “dictadura” es un recurso temporal, establecido para casos de emergencia en el curso normal del equilibrio de poderes, típico de las instituciones republicanas. “Tiranía” es en cambio la concentración absoluta de todo poder, con la negación permanente de esas instituciones republicanas y su equilibrio, para fines por ej. de “edificar el socialismo”. Por eso las diferencias son entre dictaduras (de derechas) y tiranías (de izquierdas). Es más: una dictadura por lo corriente es para evitar una tiranía, o para restablecer el orden republicano, tras su derrocamiento. Esta es la más importante diferencia, y las demás son implicaciones o consecuencias de la misma.
2.- Por esa razón la autocracia de izquierda es no sólo autoritaria o sino totalitaria: significa que mientras la dictadura afecta casi exclusivamente a la esfera política de la sociedad, la tiranía en cambio se enseñorea abusivamente en todas las esferas. Quiere poder absoluto y total.
3.- Porque la tiranía busca “remodelar” (subvertir) el ser de la sociedad entera; pretende cambiar sus fundamentos reales (ontológicos: relativos al ser de las cosas), conforme a un nuevo “modelo” para la economía, y también para la educación, la cultura, el derecho y hasta la misma naturaleza humana, en aras de un proyecto idealista utópico que llama “revolución”. Este cambio es imposible de lograr; pero en este fútil intento del “racionalismo constructivista”, quedan millones de muertos en el camino, sin contar otras pérdidas. (Cf. mi ensayo “Romper el tabú de la derecha”.) Por tales justificadas razones, en algunos países de Europa se prohíben expresamente los partidos nazis y comunistas, tratados como lo que son realmente: organizaciones actual o potencialmente criminales.
Se preguntan algunos: ¿acaso esos vocablos “derecha e izquierda” conservan hoy en día su vigencia? Veamos. La Revolución francesa de 1789, inspirada en la Ilustración, estrenó la terminología, que es “moderna”, pero los conceptos y las realidades, esto es: las utopías sangrientas, y las reacciones en contrario, para destronarlas o evitar su entronización, son muy antiguas. Nótese que las revoluciones comunistas siguen idéntico “modelo” subversivo que la francesa. El patrón opuesto (“de derechas”, digamos) siguió la “Revolución Gloriosa” de 1688 en Inglaterra, buscando reponer al país en los cauces perdidos de la Carta Magna de 1215 y sus viejos derechos fundamentales. Así también fue en el caso de la Independencia Americana de 1776, y cuando la independencia de las Provincias Unidas (Países Bajos) en 1648.
La de derechas e izquierdas no es una terminología “obsoleta” ni carente de sentido actual, si bien hay mutaciones ideológicas importantes en el Socialismo del Siglo XXI, que lo diferencian bastante de las “ediciones” anteriores, y lo hacen mucho más insidioso, peligroso y mortífero. Veamos.
II. Socialismos: el viejo y el nuevo
El socialismo es un virus cognitivo, que trasmite una serie de ideas falsas acerca de la realidad social en sus diversas instituciones, que son anteriores al estado, y por tanto superiores al mismo. Según y conforme a estas ideas, los socialistas aspiran a cambiar esas instituciones “naturales”, mediante la fuerza del estado.
Al principio los cambios se limitaron al “marxismo económico”, con nuevas ideas acerca de la riqueza, su producción y distribución, y de las empresas privadas encargadas de tratar con el ámbito de los bienes y servicios, que fueron “nacionalizadas”, o sometidas al dominio del estado, para “cumplir su función social”. Para hacer políticamente “irreversibles” aquellos cambios económicos, también fue afectada la democracia, y los partidos quedaron en la órbita del poder del estado. Y cambiaron los conceptos de ley, justicia y derecho, para afirmar el positivismo jurídico: el estado es ahora el único productor de derecho vinculante. Y para volver ideológicamente irreversibles estos cambios fue que se impuso la educación “crítica y cuestionadora”, en el sentido de Paulo Freire: para “cuestionar todos los dogmas”, ¡excepto los dogmas marxistas! Todo esto se hizo en el siglo XX.
En el siglo XXI los socialistas sumaron a lo anterior el “marxismo cultural”, desarrollado por Gramsci, Lukacs y los autores de la Escuelas de Frankfurt y Birmingham, aunque ya estaba incipiente en Marx y Engels, y puesto en práctica por las nuevas ediciones de los movimientos feministas, ecologistas y de la “corrección política”. Ahora el matrimonio y la familia es “redefinida” con vistas a su abolición como tales instituciones, y la figura paterna es combatida, denigrada y borrada. La “Madre Naturaleza” es convertida en un nuevo dios (o diosa), en cuyo altar se sacrifica la industria, la producción y hasta el progreso científico, mientras la religión cristiana es perseguida. Con el relativismo posmodernista incluso la ciencia misma es “liberada” de cualquier compromiso con una verdad objetiva, y rebajada a un mero “consenso predominante en la comunidad académica en un momento dado”. Desde luego el lenguaje es un “mero constructo social” y debe ser reformulado, en función de la amplia gama de intereses en la Agenda del marxismo cultural.
¿Qué piensa de esto la opinión pública? La gran mayoría suele andar algo confundida por los medios de prensa y el clima ideológico predominante, pero cuando es confrontada con algunas preguntas claras y directas en las encuestas, el grueso de las personas, que es gente de trabajo y de familia, no cree en estas mentiras. Sabe que la riqueza se basa en el trabajo y no en los “planes sociales”, y que para la producción económica es la empresa privada. Sabe que el sexo es biológico y natural, no es “cultural”, y conoce la importancia crítica de la autoridad del padre en la familia; e incluso sabe que la ciencia tiene que ver con la verdad, y el lenguaje tiene que ver con la realidad. El problema es que detrás de cada uno de los temas e intereses de la Agenda del marxismo cultural, hay ricas y poderosas ONGs, cabildeando todos los días en los pasillos del Congreso, para convertir en leyes todos y cada uno de los “Convenios Internacionales” dictados por las agencias de la ONU.
III. ¿”Castro igual a Pinochet?”
Hay más diferencias entre izquierdas y derechas, en general. 4.- Modernamente “izquierdas” se llaman a las fuerzas que van por la vía del socialismo, hacia el comunismo, su versión más radical, y la estación final del camino; o a preservarlo y fortalecerlo. Y “derechas” se denominan a las que van en sentido contrario, a prevenir, detener o deponer el comunismo. 5.- Las izquierdas fomentan el terrorismo o lo justifican, y las derechas lo combaten. 6.- Las tiranías hunden en la miseria y el atraso a las economías, y las dictaduras las rescatan, promueven y adelantan.
Entendamos bien por favor: las dictaduras no son la maravilla ni la gran panacea, sólo son mejores en comparación a las tiranías. Sus malas tendencias incluyen, entre otras, su mayor simpatía por la forma mercantilista del estatismo que por el capitalismo liberal; su atracción por la verborrea y los rituales fascistas; y sobre todo su congénita incapacidad para combatir a la izquierda subversiva en el frente ideológico, usando el único antídoto eficaz contra el socialismo: el liberalismo clásico. Por esa misma incapacidad es que ahora los derrotados en el frente militar, a 20 o 30 años de distancia, regresaron ganadores, tras sus resonantes victorias en los frentes cultural y político-electoral; y ahora están gobernando.
Estas dictaduras fueron el fruto de la incapacidad latinoamericana para desarrollar instituciones y partidos realmente liberales. Pero con todo, regímenes como los de Pérez Jiménez en Venezuela o Rojas Pinilla en Colombia, en justicia no son iguales a los de sus contemporáneos Gomulka en Polonia, o Stalin en la URSS. Por eso el absurdo del “Castro es igual a Pinochet”. No, no es igual. Porque el uno hundió a su país en la miseria, y lo convirtió en una cárcel; sin embargo desde hace medio siglo goza de riqueza y poder absoluto. El otro le evitó al suyo ese mismo y negro futuro, sacó su economía del pantano, la puso en la senda del Primer Mundo; luego dimitió de la Presidencia, acatando el resultado de un plebiscito adverso. Y en cuanto a los DDHH, vale distinguir entre una clase de régimen político y una situación de guerra, y no echar sobre la dictadura, las responsabilidades que son de la guerra; además de no olvidar, por cierto, que en esta como en todas las guerras, las violaciones a los DDHH corrieron por cuenta de ambos bandos y no de uno solo. Sigamos con las diferencias.
7.- Uno de los cuentos socialistas favoritos es este: “que cada nación debe tener su propio modelo de desarrollo, y aquí el socialismo va a ser distinto.” Mentira: siempre aplican la misma receta; por eso llegan a los mismos catastróficos resultados. Sus tiranías son monótonamente iguales, y se distinguen sólo por el grado y tipo de resistencia que las derechas, en sus distintas variedades, les oponen. En cambio entre gobiernos de derechas, incluso dictaduras, hay más variedad, y ameritan juicios muy dispares, pero no el juicio hipócrita que les hacen las izquierdas.
En particular los dictadores merecen ser juzgados en cuatro criterios: lucha contra las izquierdas; ejecutorias en la economía; costos de todo orden; y retornos a la democracia. Hay ejemplos que son ilustrativos. Como Pinochet, Franco en España también detuvo el comunismo y salvó la economía, pero al costo de tres años de guerra y un millón de muertos; y para la democracia hubo que esperar a su deceso. En el Perú, Fujimori también acabó con el terrorismo y rescató la economía, pero terminó en una corrupción horrorosa. Y como Salazar en Portugal, las dictaduras militares argentinas, y otras similares, pusieron contención al comunismo, pero sólo por un lapso breve, porque la economía estatista no sirve, y el comunismo regresa a los pocos años.
8.- Diferencia crucial: las tiranías socialistas se mimetizan fácilmente en “democracias”, como en Venezuela; en cambio las dictaduras no se disfrazan, o lo hacen muy mal.
9.- Por todas estas razones, de las dictaduras se sale relativamente más fácil y más rápido que de las tiranías. 10.- Y por una poderosa razón adicional: porque a las dictaduras y gobiernos democráticos de derecha los tumban las izquierdas, expertas en desinformación y subversión; y luego ellas imponen su tiranía, y no hay quien las acabe, sobre todo con los liberales imposibilitados de asumir el liderazgo de las derechas, tras años de hostilidad combinada de mercantilistas y socialistas.
11.- Todo esto hace otra gran diferencia: las dictaduras de derechas son relativamente más breves que las tiranías de izquierda, las cuales tienden a eternizarse en el poder, y lo logran.
Por lo visto hasta aquí, el intento de hacer “equivalentes morales” a las “dictaduras de ambos extremos” es una estupidez o un crimen, e igual es el intento de borrar las diferencias entre derechas e izquierdas. Pero hay más.
IV. Socialismo, mercantilismo, capitalismo y sagacidad
Como he descrito otras veces, izquierdas y derechas no son simétricas. Hay muchas asimetrías, comenzando por las variedades del contenido ideológico en cuanto al régimen de la economía, y su diverso mérito. Desde la publicación de “La riqueza de las Naciones” (1776) de Adam Smith y a lo largo del siglo XIX, el liberalismo económico fue ganando el debate contra el mercantilismo, y los Gobiernos de Europa fueron poco a poco adoptando el libre mercado. Sin embargo, el socialismo emergió como tercero en discordia, arrinconando a los defensores de la “economía burguesa”, la empresa y la propiedad privada, y etiquetando como “capitalismo salvaje” a todo lo que no fuera socialista, sea mercantilista o liberal. Igual que ahora. Por eso hay tan enorme confusión.
12.- Veamos de distinguir. En el campo del marxismo económico hay una izquierda mala, que es la socialdemocracia, y hay otra peor, que es el comunismo: la primera se basa en Marx y Engels; y la otra en Lenin y Stalin. La primera usa de preferencia la mentira y el voto como instrumentos de dominio; y la segunda, la coacción y la fuerza bruta. Ambas se distinguen por los medios que emplean. En el lado opuesto hay una derecha mala, que es el mercantilismo o capitalismo de “amigotes”, y que a veces se llama “Neo” liberalismo: la versión mercantilista y “criolla” del Consenso de Washington de los ‘90. Y hay una derecha buena, que es el capitalismo liberal o capitalismo para todos. Ambas derechas se distinguen por los fines que persiguen.
El socialismo como lo declaran, ese sueño rosado de una economía “con justicia” y controlada por el estado, es inviable; por eso la izquierda siempre desemboca en un “capitalismo de Estado”, que es un sistema mixto donde los privilegios del mercantilismo y los lujos del capitalismo son sólo para la clase parasitaria explotadora (Nomenklatura), y a los pobres se les deja la parte socialista: “educación y salud” de pésima calidad, meros medios de catequización y control. Es perfectamente viable. (Cf. mi ensayo “Trampas y confusiones con el Neo liberalismo”.)
Otra cuestión: “todos los extremos son malos”, dice el cliché. “Por eso no se aplican los modelos puros”, se repite. ¿Es verdad?
13.- Cierto que no hay comunismo ni capitalismo “puros”, pero no es por la misma razón, sino por razones opuestas. El socialismo es parasitario, y por tanto necesita algún grado de producción para vivir, y por tanto de capitalismo, del cual es explotador; por eso es que nunca se llega al comunismo puro, pues mataría al organismo vivo, y al parásito del cual se alimenta. Pero al capitalismo puro no se llega por otra razón: porque las fuerzas de izquierda, por su vocación parasitaria, siempre lo impiden, por cualquier medio, sea por la fuerza, sea o por la mentira y el engaño (desinformación).
14.- Hay otra diferencia, relacionada a la anterior: las izquierdas suelen ser más hábiles que las derechas. Los socialistas son más numerosos, y desde el poder siempre hacen de su militancia una fuente de ingresos, además de una forma de vida. Pero además, son por lo común más eficientes en el uso mentiroso de los recursos políticos; son más ingeniosos y creativos. La derecha es más torpe: aún no ha podido desarrollar un programa para la burguesía. Está escrito: “Los hijos de las tinieblas son más sagaces que los hijos de luz” (Lucas 16:8)
V. Gobiernos y anarquismo
Con frecuencia la confusión se genera porque la dicotomía entre izquierdas y derechas se pone en términos del tamaño de los Gobiernos, grandes o pequeños. Pero no lo que importa no es en realidad el tamaño sino la función. ¿Para qué Gobiernos?
15.- El liberalismo requiere un estado limitado a la provisión de seguridad, justicia y obras públicas, y esto sólo en última instancia, en defecto de los agentes privados (según el principio de subsidiariedad rectamente entendido); el mercantilismo en cambio reclama un estado intervencionista, siempre en favor de sus intereses y sus negocios. El socialismo por su lado el exige un estado absoluto, si bien alega (o alegaba, hasta el siglo pasado) que a largo plazo, en una supuesta condición social perfecta, “el estado va a desaparecer”. Jamás se ha visto ni se verá esta desaparición, por las insustituibles funciones propias de los gobiernos. (Cf. mi ensayo: “Ontología de los mercados y el estado”.)
Hay los llamados “anarco-capitalistas” (ancaps), que a veces también son denominados “libertarios”: coinciden con este declarado utopismo de los socialistas clásicos acerca de la “abolición del estado”. En realidad son marxistas culturales que han leído algo de Mises. Aún cuando ya muchos se declaran “libertarios de izquierda” y adversarios del liberalismo clásico, por ahora las izquierdas les rechazan a los ancaps; por ello es que todavía merodean los grupos y espacios liberales, constituyendo factor de desinformación adicional, y aumentando la confusión.
Alegan que del mismo modo como los mercados producen eficientemente tomates o zapatos, podrían producir seguridad y justicia. No es cierto; seguridad y justicia son bienes públicos: su consumo por unas personas no impide su consumo por otras (principio de no rivalidad en el uso), y por ello no es posible excluir a quienes no paguen el precio de su consumo (principio de no exclusión en el pago). Esta es la teoría de los bienes públicos; y no se invalida porque los estatistas la extiendan abusivamente a otros bienes por naturaleza privados, como enseñanza, atención médica o pensiones.
Alegan también los ancaps que “todo impuesto es un robo”. Tampoco es verdad, porque hasta el límite de lo necesario para el sostenimiento de los servicios propios de un Gobierno limitado (seguridad, justicia, infraestructura), es justa la contribución impuesta a sus usuarios y consumidores.
Alegan asimismo que todo Gobierno limitado tiende a salirse de sus límites. Esto sí es cierto, y mucho, lamentablemente; pero para contener en sus límites a un Gobierno existe el Parlamento, institución la cual se atrofia en esa su función cuando no hay congresistas de un partido pro Gobierno limitado, que jamás puede siquiera llegar a formarse en Latinoamérica, entre otros factores porque el alocado discurso de los ancaps confunde y espanta a la gente normal y corriente.
Por lo general los “libertarios” hacen un uso arbitrariamente selectivo de dos autores: Ayn Rand, de quien toman su ateísmo, y Murray Rothbard, de quien toman su anarquismo. Olvidan que para Rand el capitalismo es imposible sin un Gobierno limitado a la protección de la propiedad; y para Rothbard, el capitalismo es un producto de la ética judeocristiana. Y que Ayn Rand fue crítica y enemiga No. 1 del anarquismo (escribió “Yo no soy libertaria”), tanto como Murray Rothbard lo fue del randismo (escribió “Sociología del culto a Ayn Rand”).
VI. Objetivos: ¿cuál libertad y cuál igualdad?
Más confusión se añade cuando se dice que las derechas privilegian la libertad y las izquierdas la igualdad. No; no radica en eso la diferencia, sino en las clases de libertad e igualdad involucradas.
16.- Dos clases hay de libertad. Libertad “positiva” es la que alegan y pretenden buscar las izquierdas: una supuesta libertad “de las necesidades” de la vida, mediante servicios estatales pagados mediante impuestos confiscatorios; es decir, contribuciones con el objetivo de “redistribuir la riqueza”, muy superiores a las requeridas para sostener un gobierno limitado a prevenir la violencia y el fraude. Libertad “negativa” es la liberal: negativa a conferir al Gobierno el poder de interferir en la vida, libertades, patrimonio y relaciones privadas de las personas, como se requiere para el logro de esa supuesta “libertad positiva”.
17.- Y asimismo hay tres clases hay de igualdad. El comunismo exige la igualdad “de resultados”; es decir: de las condiciones de vida. El socialismo suele exigir algo menos: la “igualdad de oportunidades”; es decir: la igualdad en las llamadas “condiciones de arranque en la vida”. Y el liberalismo clásico se basta con la igualdad en los derechos a la vida, libertad y propiedad, ya que así es como se logran más y mucho mejores oportunidades, y también resultados, para todos, aunque no exactamente iguales. En la vida nadie es ni será exactamente igual a otro, y todo intento por llegar a ese tipo de igualdades es vano, fútil y calamitoso.
Entonces, por fin, ¿son compatibles la libertad y la igualdad? La igualdad de derechos naturales a la vida, libertad y propiedad, es la única igualdad posible y real. Y es 100 % compatible con la libertad negativa, que es la única libertad posible y real. Esta verdadera igualdad y verdadera libertad son más que compatibles: son complementarias, bajo un Gobierno limitado en una democracia liberal, pues ninguna de las dos es posible sin la presencia de la otra. No obstante ello, coinciden las izquierdas y los ancaps “libertarios” en negar obstinadamente el principio de Gobierno limitado, unos por ser “limitado” y otros por ser “Gobierno”, con diferencias en las conclusiones.
VII. El “Bien Común” y otras justificaciones ideológicas
Tradicionalmente, los principios del “bien común”, de la subsidiariedad del estado respecto del mercado, y del “altruismo”, han sido empleados para justificar el estatismo en la economía, en particular en su forma de socialismo.
18.- En cuanto al “bien común”, las izquierdas pretenden que es servido única y exclusivamente por el estado, hasta el punto de identificar ambos conceptos. El mercantilismo por su lado es acomodaticio, e identifica el bien común con su propio interés, amparado en el estatismo a su conveniencia. Por su parte el liberalismo clásico entiende que en el capitalismo el bien común es servido también por los agentes privados, aún cuando no tengan ese propósito en mente; es lo que explicó Adam Smith con su metáfora de “la mano invisible”. Los poderes actuantes en las distintas esferas sociales contribuyen al bien común si se hallan en equilibrio, sin “enseñorearse” uno de ellos sobre los demás, como en el caso de los agentes económicos en el estatismo mercantilista, o los políticos en el socialista.
19.- Análogamente el “principio de subsidiariedad”: el estado hace lo que los agentes privados “no pueden”, y en su defecto. Pero se interpreta diferente. Las izquierdas ponen al estado a hacer lo que les de la gana. Los mercantilistas hacen ellos igual: lo que le da la gana, y ponen al estado a pagar las cuentas. Los anarco-capitalistas niegan el principio: las agencia privadas lo producirían todo, incluso seguridad y justicia. Para el liberalismo clásico finalmente y por su lado, el rol “subsidiario” del estado no es otro que el de ser un “juez repartidor o árbitro supremo” en materia de seguridad y justicia, ante los desacuerdos de las agencias privadas de policía y judiciales, las cuales desde luego existirían en un sistema de capitalismo liberal. Incluso ahora ya existen policías y sistemas privados de arreglo y conciliación de conflictos. Y ese rol subsidiario sería ejercido a partir del poder municipal, actuando el regional en modo subsidiario, en segunda instancia, y el nacional en su defecto, en tercera y última instancia, no en primera, como es ahora.
20.- Éticamente los socialismos pretenden justificarse en el altruismo: el sacrificio de uno mismo por el interés de los demás. Lo oponen al egoísmo: el sacrificio de los demás por el interés de uno mismo. Por su parte el capitalismo liberal justifica el intercambio libre como una expresión no del altruismo, como en la caridad privada, pero tampoco del egoísmo, como en el estatismo mercantilista, sino del interés propio, sin sacrificios. Es el espíritu característico de la burguesía.
Y por fin, tras recorrer unas 20 diferencias entre dictaduras y tiranías, derechas e izquierdas, ya es hora de algunas reflexiones para concluir este ensayo.
VIII. Clase media y burguesía: “Prohibido crecer”
En nuestra América, el grueso de la clase media responde en las encuestas que la mayor carencia en el país no es la falta de libertades sino de “educación”; por cuenta del estado, desde luego. Y es que eso fue lo que le enseñaron en la Universidad, y eso repite. Con frecuencia la clase media se ve a sí misma como “educadora” del país entero; y mientras tanto le tiene prohibido crecer a la burguesía, que es la gente que lucha cada día por salir adelante por cuenta propia, en medio de la pobreza, los impuestos, la inflación, el crimen y las leyes malas. ¿Es esto “lucha de clases”? No, porque para que haya “lucha”, el atacado ha de defenderse; y la burguesía no se defiende.
De todas las “políticas correctos” de la izquierda, quizá la más destructiva y perversa sea aquella de las PYMEs o microempresas. Se resume así: Prohibido Crecer. Esto es: le podemos perdonar la vida a la burguesía, pero a condición de que mantenga pequeños todos sus “microemprendimientos” (así les denominan, para no llamarles empresas). Para que de este modo dependan siempre del estado, de sus “Programas de Capacitación”; para que así no puedan ahorrar y capitalizarse: hacer acumulación de capital. Y para que siempre pobres, dependan también de los préstamos de los bancos estatistas. Y sobre todo para que no se genere empleo privado en demasía; no sea que queden sin clientes los “Planes Sociales” del gobierno de turno.
21.- Esta es otra gran diferencia: la izquierda apuesta a la clase media; la derecha a la burguesía. Si un “Plan Social” estatista comienza a crecer, de inmediato se le dota de más recursos, más oficinas y más personal. Pero si una “microempresa” comienza a crecer, y a incorporar más gente para crear más riqueza, le llueven los inspectores y comisarios fiscales del Ministerio del Trabajo, de los Impuestos, de los ministerios de Educación, Salud, del Ambiente, de la Mujer, de los Niños, etc. etc. (y eso sin contar los vigilantes de las Ordenanzas Municipales), para ver si “todo está en regla” respecto a las infinitas regulaciones, normativas y decretos. No es “lucha de clases”; es la guerra de la clase media contra la burguesía.
En Latinoamérica el fracaso del mercantilismo tradicional no le ha abierto las puertas al capitalismo liberal sino al socialismo, primero en su forma democrática, pero luego al comunismo más radical, ante el fracaso de las formas más suaves o “moderadas” de colectivismo social. Ante al avance arrollador del Socialismo 21, la única salida para la burguesía, y para el actual estancamiento generalizado en la región, es la puesta en marcha de las reformas prometidas y pendientes a lo menos desde los años ’90, que algunos llaman “microeconómicas”.
Son las cinco reformas de base o “estructurales”. En primer lugar: una reforma política, que ponga al estado en su lugar, a cargo de sus funciones propias: seguridad, justicia e infraestructura; y además, que devuelva a los partidos su condición natural de entes privados, independientes del sector público. En segundo término una amplia y profunda reforma económica, que devuelva a la moneda su respaldo en metal; que imponga a los bancos la obligación de respaldar todas sus obligaciones a la vista con sus depósitos en caja; y que abra los corredores productivos a la competencia, al ahorro y a la inversión. Una reforma educativa en tercer lugar, que ponga a todos los centros de enseñanza en manos de los profesores y maestros, dotando a los educandos pobres de cupones para financiar sus estudios por vía directa, a través de la demanda, no de la oferta como ahora. Y por último, para completar estas tres reformas sociales, otras dos, de tenor similar: en la atención médica (la cuarta), y en las pensiones y jubilaciones (la quinta), bajo similares lineamientos que en la educación.
Este debe ser el programa de la derecha liberal para la burguesía, y para toda la sociedad laboriosa y productiva. Por supuesto, para concretarlo se requiere derogar cientos y hasta miles de leyes malas: son las que obstaculizan e impiden estas reformas. Y también se requiere al efecto la denuncia de todos los convenios y normas internacionales en virtud de las cuales esas leyes se han dictado, y el abandono de las agencias y burocracias internacionales que han prohijado e impulsado estos instrumentos. Y es probable que también se requiera un cambio de tipo constitucional.
IX. Gene Sharp, Vaclav Klaus y las realidades políticas
El Sr. Gene Sharp escribió un libro titulado “De la Dictadura a la Democracia”, publicado en Internet, y que contiene una supuesta “receta científica” para tumbar dictaduras: la resistencia pacífica no violenta. Hay en ese libro incontables errores, distorsiones y falsedades que son típicos de la visión socialdemócrata de su autor. El libro menciona muchos casos de dictaduras, pero tratando a las de izquierda y derecha por igual, como si no hubiera diferencias. No menciona por ej. el “detalle” de que los mayores y más eficientes expertos en subversiones, derrocamientos de gobiernos y golpes de estado, que son los agitadores comunistas, bajo las dictaduras de derecha trabajan día y noche para tumbarlas, en cambio bajo las dictaduras de izquierda, con toda su “experiencia adquirida”, trabajan día y noche para afirmarlas, apuntalarlas, reforzarlas y perpetuarlas.
Y sobre las dictaduras comunistas, no es cierto lo que dice Sharp acerca de cómo terminaron en Europa Oriental, en el célebre año 1989, y cuando la caída del Muro. Como fiel socialista democrático, el Sr. Sharp no menciona el factor ideológico, crucial en esos eventos. No menciona los reiterados fracasos de los socialdemócratas antes de esa fecha, cuando año tras año trataban de resistir a los comunistas exigiendo “democracia y elecciones limpias”; ni tampoco menciona, desde luego, que a fines de los ’80, el éxito por fin sobrevino cuando una nueva generación de políticos, de firmes convicciones liberales, como Vaclav Klaus en Checoslovaquia, amplió el radio de las exigencias, incluyendo “neveras, lavadoras, y capitalismo de libre mercado” en la lista de demandas populares.
Una cosa fue exigir “partidos y elecciones como en Occidente”, una protesta que no encontró mucho eco popular, dado que la gente percibe que sólo les interesa a los políticos. Otra cosa muy distinta fue exigir “empleos, carros y salarios como en Occidente”. La primera demanda no ponía en cuestión el socialismo como sistema; sí en cambio la segunda. Los regímenes comunistas se terminaron cuando la gente corriente cuestionó el socialismo como sistema, y reivindicó por fin el capitalismo, harta de la escasez, de las colas, del “no hay azúcar”, y del “no hay pan” (¡porque “no hay harina”!). A la gente corriente, más angustiada por esas carencias cotidianas que por la falta de democracia, se le hizo comprender que el pan y otros artículos eran en Occidente los productos de las granjas e industrias capitalistas, en un sistema de mercado capitalista, caracterizado por las más amplias e irrestrictas libertades económicas para todos, más allá de las libertades políticas y la pulcritud de los comicios. Así terminó el socialismo “real” del s. XX, según Vaclav Klaus, destacado protagonista de la Revolución de Terciopelo en Praga, luego Ministro de Finanzas de la República Checa y después Primer Ministro y Presidente.
Pero entonces vale la pregunta: ¿y qué pasó después? ¿Por qué no llegó el capitalismo liberal? Pasó, por una parte, que los jefes y líderes comunistas privatizaron los bienes del estado a su nombre y cuenta, y de tal modo se convirtieron en empresarios mercantilistas. Y pasó, por otra parte, que el comunismo como ideología experimentó una asombrosa mutación genética, y surgió el “Socialismo del Siglo XXI”, que ya no es “proletario”, o es mucho menos: ahora es feminista, ecologista, indigenista, relativista cultural y moral, “globalista” y Posmodernista. La tiranía totalitaria ya no se implanta en nombre de la clase obrera sino de las mujeres, del medio ambiente, de los “pueblos originarios” y de los “excluidos” (por los mercados y el capitalismo, supuestamente), entre otros sujetos victimizados. Y la tiranía ya no es sólo contra los “patrones explotadores”, sino contra “el patriarcado”, contra los “machos blancos”, los “ecocidas” y otros sujetos incriminados como culpables de las victimizaciones.
X. Mutaciones ideológicas y perspectivas a futuro
Que nadie se equivoque: nadamos en contra de las corrientes ideológicas predominantes, que son “nuevas” en el sentido de que son mutaciones recientes de cepas ya conocidas del virus socialista.
Feminismo, ecologismo y ateísmo han sido tradicionales aliados de la izquierda; pero en la fragua del Socialismo 21, estas corrientes se han radicalizado y transmutado, y ya no son a favor de algo sino en contra de lo opuesto. El antiguo feminismo quería el ejercicio del voto o del comercio para la mujer; el nazi-feminismo de ahora no va por la mujer o la esposa sino en contra del marido, del padre y del varón: lo que quiere es acabar con “el concepto de sexo como construcción social”. Igual es con la homosexualidad común y corriente, muy distinta del “homosexualismo político” y agresivo de hoy en día: más que “derechos” para los homosexuales quiere la “redefinición” del matrimonio y la familia, para lograr su abolición, y el encarcelamiento por “homofóbicos” de quienes piensen distinto. El ambientalismo poco tiene que ver ahora con un ambiente limpio, para el cual los instrumentos más eficaces son la extensión y reforzamiento de los derechos de propiedad, y de los contratos privados a nivel local o nacional; no esas irracionales y antieconómicas ordenanzas globalistas del Bilderberg Club, como el Protocolo de Kioto, que van contra la industria y las empresas, y se emparentan con las ideas del Neo paganismo y su adoración a la Madre Tierra. Y al fin del día el ateísmo antiguo de los viejos agnósticos o escépticos tiene poco que ver con el “Nuevo” ateísmo político, militante y belicoso: más que “respeto a los sentimientos ateos” quiere desaparecer la religión, y empieza por perseguir las expresiones públicas de la fe religiosa.
Hay otros movimientos: el indigenismo y los demás racismos no-blancos, y por supuesto la Cruzada del Islam estatista y terrorista, que no debería confundirse con expresiones islamistas de tipo pacífico, las cuales no sólo existen sino que son mayoritarias entre los creyentes de a pie, según una famosa Encuesta Gallup sobre el tema, en distintas comunidades musulmanas del globo. Y están las bases filosóficas de todas estas locuras, como “deconstruccionismo” y Posmodernismo, que son reediciones extremistas del nominalismo y del relativismo, de vieja data. Todas estas vertientes convergen: van contra la familia, la ética y la religión cristiana, y contra los principios del Gobierno limitado, de la racionalidad no “constructivista”, y de la economía liberal; o sea: contra la Civilización Occidental.
Los creyentes islamistas no son todos violentos ni terroristas, pero viven silenciados, invisibilizados y secuestrados por vociferantes minorías fanatizadas que sí son muy crueles y asesinas, y encomian e impulsan la violencia. Y tienen suficiente poder, dinero y voz como para “hablar por todo el Islam y en su nombre”, según el Instituto Gallup, aún cuando sea escasa su representatividad. Y acontece que en el siglo XXI esa no es una condición exclusiva del islamismo: en los países de Occidente, las minorías activistas y fanáticas radicales embarcadas en versiones extremas del feminismo, el ecologismo, el homosexualismo político y el ateísmo, también hablan en nombre del gentes que no comparten sus opiniones agresivas, pero carecen de voz para expresarse.
Bajo el yugo de del Socialismo “real” del siglo XX, la gente corriente, que en todas partes es gente de trabajo, estaba más angustiada por las carencias cotidianas en la cesta básica, la falta de empleo o de ingresos suficientes, que por la falta de democracia. Así es también en el Socialismo 21: la gente corriente, gente de familia además de trabajo, sigue con sus mismos problemas y dificultades en la vida diaria, que le preocupan mucho más que el “matrimonio gay”, la “homofobia”, el “lenguaje sexista”, el calentamiento global, los crucifijos y símbolos religiosos en las oficinas públicas, u otro cualquiera de los temas de la Agenda del marxismo cultural.
Hay cuatro factores en juego aquí: en primer lugar, las mentiras son enormes, aunque suelen estar bien disimuladas y encubiertas por una retórica engañosa, y de requiere paciencia, tiempo y estudio para investigar la verdad.
En segundo lugar, entre nosotros el “Estado de Bienestar” le obliga a la burguesía a trabajar el doble: para sostenerse a sí misma, y para mantener al “bienestar del estado”; consumida de esta manera en largas y agotadoras jornadas laborales, apenas tiene el tiempo para dedicar a la familia, y carece de las horas y la energía necesaria para investigar los engaños sobre todos estos temas.
Por eso es que se genera en sus filas mucho desinterés, desidia y apatía; y así la indiferencia de las grandes mayorías perjudicadas es entonces un tercer elemento a destacar.
Y por fin, en cuarto lugar, hay que mencionar un factor de temor o cobardía, en algunas personas por cierto muy perspicaces, que alcanzan a percibir alguna medida de la abismal distancia entre la verdad y las mentiras, no en toda su extensión tal vez, pero sí lo suficiente como para percatarse de lo que se arriesgan y se juegan si se decidieran a nadar en contra de la corriente mayoritaria y dominante. Pero entonces se aterran de miedo.
¿Es posible esperar un cambio a futuro? Sin duda, si las mayorías superan su desinterés, y ciertas minorías superan sus miedos y temores.
En particular la burguesía está esperando una derecha política liberal que la represente. Si la encuentra, el destino de Latinoamérica por fin habrá cambiado, y para algo mucho pero mucho mejor.
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